domingo, 27 de julio de 2008


El inventor del “Nuevo Periodismo”, un estilo surgido de una libreta de apuntes publicada tal cual, según cuenta la leyenda, reconoció que sus libros de no ficción son más importantes que sus novelas. Con su figura de dandy, ahora rico y famoso, habló pestes de Norman Mailer, su archienemigo, y dijo que “no sabía escuchar”. El autor de The Bonfire of the Vanities, llevada al cine por Brian De Palma, dice que sólo los libros que mezclan ficción y realidad tienen futuro.

¡Mailer está muerto! ¡John Updike no ha escrito nada que valga la pena leer desde la presidencia de Ronald Regan! ¿Roth? Bueno, sí, es prolífico como siempre. ¿Pero no se han cansado ya de Zuckerman, su alter ego pusilánime y abrumado por su vida cómoda que llega a su fin? ¿Salinger? Está más escondido que Bin Laden. ¿Pynchon? Ok, sí. Sigue jugando en las Grandes Ligas pero sería más fácil conseguir una entrevista con Elvis que con el autor paranoico de Gravity's Rainbow. De los grandes escritores estadounidenses vivos que trazan su linaje desde Melville y Twain, desde London y Dos Pasos, desde Hemingway y Faulkner, y hasta Truman Capote y Hunter S. Thompson, ¿quién queda aún parado en el ring, luchando ambiciosamente en la caza del Gran Premio –más elusivo que la Ballena Blanca que arrastró al abismo a Ahab y su tripulación–: la Gran Novela Americana? ¿Quién, pregunta usted? Hay sólo una respuesta: Tom Wolfe.

¡Sí, Tom Wolfe! El inventor del Nuevo Periodismo. El último dandy norteamericano. El reportero impecable, incansable e innovador que pudo retratar tribus de los años 60 tan heterogéneas como los monjes lisérgicos del bus mágico de Ken Kesy (The Electric Cool Aid Acid Test, 1968) y los aviadores cojonudos de la NASA (The Right Stuff, 1979). Tom Wolfe, el autor de tres novelas dickenseanas, de más de 600 páginas cada una, que retratan a Estados Unidos en todo su fulgor, ambición, belleza y perversión en los 80, los 90 y los 00, respectivamente (The Bonfire of the Vanities, 1987; A Man in Full 1998; I am Charlotte Simons, 2004). Acaba de cumplir 78 años y sigue con más energía, ganas y lucidez que cualquiera de los ya no tan jóvenes escritores que se jactan por ser el próximo Gran Novelista Americano como Jonathan Franzen, David Foster Wallace o Jeffrey Eugenides.

Cordial y sonriente, Wolfe me recibe en su hotel preferido de un barrio recoleto y exclusivo de Miami llamado Coconut Grove (está preparando una novela más, situada en Miami). Y no defraudó. Revivió el debate con su Némesis, el difunto pugilista literario de Brooklyn, Norman Mailer: “Mailer no sabía escribir diálogos porque no escuchaba. Sólo sabía escribir sobre Norman Mailer”. Me contó el secreto detrás de su traje blanco: “Por muchos años me sirvió como substituto de una personalidad”. Confesó algunas intimidades existenciales: “La gran decepción en mi vida fue no ser jugador de béisbol profesional. Si me hubieran dado un contrato, aunque fuera para la cuarta división, felizmente no hubiera escrito una sola palabra”.

Y me entretuvo con descripciones de tramas inéditas de su próxima novela, Back to Blood, que promete que se publicará el año que viene y que toma como eje central la temática social de Estados Unidos en este nuevo siglo: sus inmigrantes. Fueron solamente dos horas en el salón del Hotel Mayfair, inundado de música funcional a todo volumen (Shakira, Sting y Peter Gabriel, entre otros), pero dieron mucho para relatar.

La entrevista empieza así, en el salón de desayuno del hotel: “¿Quieres tomar café?” Como no hay nadie atendiendo a este tesoro nacional viviente en este hotel de cinco estrellas, Tom Wolfe se va solo a la cocina, sonriendo. “Hello! Hello? Could we have some coffee, please? Hellooooo?” Vuelve, momentos después, cargando un gigantesco termo de aluminio. Nos sirve dos tazones (al cronista y al fotógrafo) y se sirve a sí mismo. Sonríe sinceramente, se reclina, y comenzamos.

Por más que haya vivido casi la mitad de su vida en la ciudad de Nueva York, Wolfe aún mantiene el suave acento sureño de su Virginia natal y también el aire de caballerosidad y distensión que uno asocia con los sureños. Las respuestas concretas llegan pero tras divagaciones y paréntesis y hasta paréntesis dentro de paréntesis. Estamos en Miami, es bueno recordarlo antes de seguir, pues aquí Wolfe vivió una experiencia inolvidable: en su propio país se sintió un extraño. Veamos.

¿Está aquí en Miami investigando para su próxima novela?
TOM WOLFE: Sí, y ya tengo título, algo que no me pasa siempre. Pero cuando lo tengo me siento mejor. Tuve The Right Stuff desde el comienzo y también The Bonfire of the Vanities. En ese caso estaba en un tour de American Express por Florencia. Paramos en la Piazza de la Signoria donde Savonarola tuvo su famosa hoguera de las vanidades y allí mismo me dije “¡Guauu, qué frase! Ese es el título de un libro”. No sabía de qué se trataría el libro, pero tenía el título.

¿Y The Right Stuff?
T.W.: Tengo un amigo chino-americano que vive en California. Por algún motivo estaba desesperado por ser policía. Se había recibido en la universidad, pero quería ser policía. Pero no cumplía con los requisitos mínimos de altura: tenía que tener por lo menos cinco pies y siete pulgadas, y el tenía cinco con seis y medio. Y hacía todas las cosas imaginables para intentar vencer ese obstáculo. Por ejemplo, había leído que somos más altos cuando nos despertamos por la mañana, porque se nos alarga la columna vertebral. Bueno, al instante de despertarse se iba apuradísimo en su auto a la comisaría en donde hacían los exámenes de admisión. Pero era un Volkswagen que andaba muy lento y cuando llegaba ya se había achicado. De todas maneras, él me explicaba que sabía perfectamente que ser guardia de seguridad era un trabajo muy bien pago y si lograbas ser jefe de seguridad en un Mall, por ejemplo, podías ganar hasta 150 mil dólares por año, que era un muy buen sueldo en esos tiempos.

¡Y hoy también! 
T.W.: Bueno, no sé. Cómo se está yendo el dólar para abajo… De todas maneras, él me decía que por más dinero que ganaras ibas a saber siempre, en tu corazón, que solamente un policía metropolitano tiene the right stuff (está ante lo correcto). Y allí estaba. En ese momento me interesaban los astronautas y esa frase se convirtió en mi guía para escribir el libro. Una historia que, como todas las buenas, está fuera de uno, ¿entiendes?

¿Y la próxima novela?
T.W.: Se llama Back to Blood; sangre en el sentido de linaje. Aquí en Miami, por ejemplo, hay una confluencia de distintas nacionalidades y de grupos étnicos. No son solamente los cubanos. Hay haitianos, nicaragüenses; ahora están entrando los rusos. Lo que me fascina es que Miami es el único lugar donde –hasta donde yo he podido averiguar– más de 50% de la población son inmigrantes recientes. Estados Unidos está lleno de inmigrantes pero en este caso me refiero a inmigrantes que llegaron desde 1960. Y lo increíble es que controlan el gobierno local. Ha sido muy interesante estar con las autoridades cubanas porque me han tratado muy, pero muy bien. ¡Pero de golpe te das cuenta! Están haciendo el esfuerzo de ser gentiles contigo porque tú perteneces a una minoría. Nunca antes había tenido esa sensación.

Ayer en un taxi, en plena autopista, vi a un hombre bajarse de un Mercedes y ponerse a gritar: “¡Vuélvanse todos a su país, cabrones de mierda!” ¿Es algo que está por explotar?
T.W.: No sé si tanto. Pero uno escucha muchos casos como ése vinculados con el tránsito. Por ejemplo, te cuento una, que es una escena en la novela. Una mujer llega tarde a un restaurante con su marido y justo ve que se está desocupando un lugar para estacionar. Pero cuando se libera entra un Porsche convertible así ¡zweeeeeng - grang! y toma el lugar. Resulta que es una mujer latina. Se arma un gran lío entre las dos, una gritando en inglés y otra en español, diciéndose barbaridades. Bueno, la norteamericana se enfurece y empieza a gritar: “Hable en inglés, señora. ¡Está en Estados Unidos ahora!” Y la otra responde, en un inglés acentuado: “Sí. Pero tu estás en MI-AM-I”. Aunque quiero decirte esto. A pesar de todo lo que puedan decir sobre Estados Unidos, éste sigue siendo el único lugar en el mundo al que pueden llegar personas de otro país, que hablan otro idioma, que tienen otra cultura, y que hasta parecen drásticamente diferentes, y aun así pueden lograr tomar control de una metrópolis en poco más de una generación. Es lo que hicieron los cubanos en Miami.


Nace una leyenda

Aunque Tom Wolfe consiguió un doctorado en Estudios Americanos en la prestigiosísima Universidad de Yale, descubrió luego que su pasión era el periodismo. Ese periodismo romántico que ya no existe, de máquinas de escribir y redacciones llenas de humo y whisky. Decidido a ser un reportero en la Gran Ciudad pasó primero por un periódico pequeño, el Springfield Union. Después, entre 1959 y 1962, trabajó en The Washington Post como cronista de la ciudad (y también, por seis meses, reportó desde Cuba tras la toma del poder por Fidel Castro). Allí comenzó a cultivar su estilo de prosa ideosincrática llena de onomatopeyas, perspectivas inusuales y metáforas rimbombantes.

Ese estilo, por accidente, terminó siendo una de las características del Nuevo Periodismo, un género de reportaje literario que, según la leyenda, inventó Wolfe casi sin querer. En 1963 estaba trabado con una nota para la revista Esquire sobre gente que modificaba sus autos convirtiéndolos en Hot Rods. Trabado y desesperado sobre el cierre, mandó 49 páginas de sus apuntes –escritas de una manera casi automática– a su editor para que él escribiera la nota. Pero el editor publicó los apuntes tal cual. Allí nació la leyenda.

Desde 1987, cuando lanzó The Bonfire of the Vanities, Wolfe se ha dedicado mayormente a la ficción. Sus tiempos de gestación son larguísimos, en parte porque documenta sus novelas minuciosamente y con el rigor de un periodista de investigación. La novela A Man in Full le llevó 11 años. Su intención declarada públicamente –en un artículo titulado “Cazando la bestia de un mil millón de pies”, publicado en 1989 en la revista Harpers– fue devolver la novela estadounidense a la tradición del realismo: “En este momento débil y pálido y desgastado de la historia de la literatura norteamericana necesitamos que un batallón de Zolas se lancen a este país salvaje, barroco y desopilante y que lo reclamen como propiedad literaria”. Aunque sus tres novelas han sido best sellers y lo convirtieron en millonario, las críticas fueron matizadas y colegas como Updike y Mailer y John Irving lo insultaron públicamente: era un periodista que no tiene por qué o con qué meterse en la Literatura. Wolfe, fanático de una buena disputa, respondió con un ensayo llamado “Mis tres chiflados” despachando a sus tres atacantes: “Un hombre entero les había asustado. Estaban golpeados. Fue tan simple como eso. Un hombre entero era un ejemplo alarmantemente visible de que la ficción a fines del siglo XX podía encarar una nueva dirección: la de una novela intensamente realista, basada en la investigación, que se mete en la realidad social de la Norteamérica de hoy. Una revolución de contenido en vez de forma. Una revolución que haría que muchos de nuestros prestigiosos artistas –incluyendo estos tres viejos novelistas– fueran de golpe estériles e irrelevantes”.

Escribió Cazando la bestia de un mil millón de pies hace más de veinte años ya. ¿Alguien le tomó la palabra? ¿Algún escritor siguió ese manifiesto?
T.W.: No. Creo que nadie me hizo caso. Bueno, hubo uno. Uno que es terriblemente bueno, se llama Richard Price. No sé si necesariamente estaba respondiendo a lo que escribí en ese ensayo pero de alguna manera tomó la idea de salir a la calle y conseguir material trabajando. Su primera novela se llamaba The Wanderers y estaba basada en su adolescencia en el barrio del Bronx y su experiencia en ser parte de una pandilla. Es una novela muy graciosa y en momentos conmovedora. Y después escribió dos novelas más basadas en su experiencia personal. En ese ensayo que mencionas escribí que Emerson dijo que cada persona tiene una gran autobiografía dentro de ella, si simplemente sabe entender lo que es único de su propia experiencia. Pero no dijo que cada persona tiene dos autobiografías para escribir. Bueno, este Richard Price se salvó porque se volcó a reportar y a meterse en vidas ajenas.

¿Su método de reportar cambia cuando es para una novela?
T.W.: No. Es lo mismo. Pensé que iba a ser mucho más fácil escribir ficción porque lo inventas nomás. Pero para mí simplemente no lo fue. Terminé trabajando tanto para The Bonfire of the Vanities como lo hice para The Right Stuff.

Si intenta mirar su carrera objetivamente, ¿qué le parece más importante: su trabajo en el Nuevo Periodismo o sus novelas?
T.W.: No me gusta hacer eso porque me hace sentir más cercano a la muerte. No soy de mirar para atrás. No pienso en mi carrera. No me tienta realizar eso.

Entonces podría preguntar: ¿nunca dudó al investigar para una de las novelas, que en realidad el material sería mejor usado en una obra de no ficción?
T.W.: Sospecho que mi no ficción al fin es más importante, desde el punto de vista literario, que mis novelas. Lo que pasó originariamente es que iba a hacer un trabajo de no ficción sobre Nueva York. Yo había escuchado que el compositor Leonard Bernstein iba a dar una fiesta en su departamento de Park Avenue para los Black Panthers (grupo político de acción directa de los años 60). “¡Dios mío!” pensé, “¡Los Black Panthers en Park Avenue!” Quería una invitación. Mi mujer trabajaba en la revistaHarpers y una tarde en que pasé a buscarla entré en la oficina de David Halberstam –que estaba vacía– ¡y allí estaba esa invitación increíble a la fiesta! Entonces llamé y di mi nombre diciendo que aceptaba.

Eso fue la acción de un reportero intrépido. No me imagino un escritor debilucho de ficciones haciendo algo semejante.
T.W.: Hacer algo así es considerado tan indigno que… Mira, un reportero es alguien con una taza de mendigo que está esperando una contribución a la cual no tiene derecho. Pero simplemente tienes que quitarte la vergüenza y el pudor de encima y meterte en las vidas de los otros. Y estar a la merced de sus agendas y sus horarios. Y es ponerse en posición social terriblemente inferior.

¿Pero en qué momento se dio cuenta de que lo que iba a escribir era una novela y no un reportaje?
T.W.: Primero fui a esta fiesta y era tan increíble que tenía terror de que otra persona lo fuera a escribir. Había un periodista más, alguien de The New York Times, que había sido invitado oficialmente y que tenía simpatía por lo que estaban haciendo. Entonces le tuve que ganar. Me dije: tengo que escribir esto ya, no puedo guardarlo para la novela.

Y le terminó complicando la vida. ¿Pero ya entonces le gustaba provocar?
T.W.: Me gustó decir “Miren. ¡Todos ustedes son idiotas!” Simplemente fue un evento muy gracioso, en mi opinión. Pero, al escribirlo perdí lo que iba a ser un gran capítulo en mi novela de no ficción. Y en ese momento me di cuenta de algo. Tienes que entender que ya en ese instante tenía cincuenta años. ¿O era más tarde? No me acuerdo cuándo era exactamente. Bueno, de todas formas, sabía que había mucha gente que me estaba observando atentamente. Yo estaba haciendo este gran alboroto por una nueva forma de arte, una nueva forma de narrar –o sea, el Nuevo Periodismo–, pero sabía que había muchas personas que pensaban: “Dios mío. Qué manera tan complicada de evadirse de escribir la grande (The Big One)”. Es decir, escribir una novela.

¿Entonces sentía culpa por no haber escrito una novela?
T.W.: Sí. Porque para todas las personas en este país que arrancaban en la universidad con la intención de ser un escritor serio, la novela era la única meta. Era la cosa más seria, el logro más codiciado. Pero, para mí, en algún momento el periodismo se convirtió en algo muy interesante y me dediqué a eso. Pero allí estaban siempre –yo sabía– las personas que decían “¡Cuántas vueltas más tienes que dar para escribir una novela!” Entonces me dije: “Bueno, adelante. Tú puedes hacer eso”. Y me costó mucho al comienzo.

¿Sufría escribiéndolo?
T.W.: Sabes, simplemente me quedaba sentado frente a mi escritorio en un estado catatónico. Sabía que se iba a tratar de Nueva York. Sabía que iba a tratar de las clases altas y las clases bajas. Pero no arrancaba. Hasta que, durante unas vacaciones, conocí al juez Burt Roberts. Era un granraconteur que terminó siendo el juez principal en las cortes criminales y civiles del Bronx. Comencé a ir a los juzgados. Tomaba notas. Y allí estaba todo. Era un lugar donde, por definición, se juntaban las clases altas y las clases bajas. Allí, trabajando como un reportero, me empecé a destrabar.


El traje blanco

Señor Wolfe, llamamos a su sastre antes de venir, para entrevistarlo.
T.W.: ¿De veras? ¿Pudiste entender una palabra de lo que hablaba?

Fue bastante complicado. Pero quería preguntarle, aunque parezca frívolo: ¿Piensa que hubiera sido el mismo escritor sin el traje blanco?
T.W.: Lo que pasó es que siempre quise ser un reportero en Nueva York. Ese era el lugar. Yo estaba en The Washington Post cuando me llamaron, en 1962, para un trabajo en Nueva York. En esos días los reporteros tenían que usar saco y corbata. Y yo tenía exactamente dos sacos a muy mal traer. Entonces me fui a una tienda y me compré un traje blanco. En Virginia, de donde soy, no es para nada fuera de lo común vestirse con un traje blanco en verano. Pero este traje, por más que fuera blanco, estaba hecho con un material bien espeso, como de lana. Por lo tanto lo empecé a usar en noviembre con el frío, porque no tenía mucha ropa. Y desde el primer día me di cuenta de que le molestaba a la gente sobremanera. Era de un corte convencional pero el maldito era blanco. Bueno, esto habla más de mí que de ellos, pero por primera vez en mi vida me empezó a producir un gran placer vestirme por la mañana. No tengo el número directo para las consultas nocturnas del doctor Freud, si no le preguntaría de qué se trata. Pero poco después publiqué mi primer libro, The Kandy-Kolored Tangerine-Flake Streamline Baby, una antología de artículos de revista. Yo seguía trabajando para el Herald Tribune como reportero, pero por primera vez en mi vida alguien me estaba entrevistando a mí. Estaba muy acostumbrado a entrevistar a gente pero nunca se me ocurrió estar al otro lado. Y francamente me sentía muy incómodo y por ende estaba seguro de que iba a ser una entrevista malísima. Pero leí la nota al día siguiente y decía “Qué hombre interesante. ¡Y se viste con trajes blancos!” Entonces por unos cinco años el traje sirvió como sustituto para una personalidad.

¿Cómo ve a los escritores jóvenes de hoy en Estados Unidos?
T.W.: Mire. Estaba hablando con un chico de Harvard, editor de la revista The Lampoon. Se supone que esa posición la ocupa una persona con mucho potencial. Y le pregunté qué quería hacer después de graduarse. Y me dijo “Me encantaría escribir para Los Simpson” ¡Los Simpson! Yo le insistí “Tú sabes que no hay más de veinte personas en este país que puedan recordar a un escritor de televisión”. Pero eso no le preocupaba. Claramente su idea de lo que es una carrera literaria era muy distinta a la mía.

Su archienemigo Norman Mailer dijo, antes de morir, que consideraba que la serie The Sopranos estaba consiguiendo, en términos narrativos, cosas que ninguna novela estaba logrando. ¿Ve viable ese argumento?
T.W.: Lo veo viable en el sentido de que son las personas que trabajan en el cine las que están saliendo a descubrir cosas. Mailer nunca habría escrito The Sopranos porque nunca se hubiera acercado a personas como ellos. Te tienes que ensuciar las manos. Y tienes que ponerte en una posición inferior a ellos para hacerles preguntas.

¿Leyó su última novela, The Castle in the Forest?
T.W.: La empecé. Pero no, no pude. El sólo tiene un libro. Si vuelves a leer The Naked and the Deadverás que no es una buena novela. Los diálogos no son muy buenos. Mailer nunca pudo escribir diálogos. Y es porque no escuchaba a la gente. Su único personaje siempre fue él mismo. La única excepción: The Executioner`s Song. Pero en ese caso tomó todo el trabajo de un fotógrafo y reportero llamado Lawrence Schiller, que desafortunadamente no podía escribir bien. El le dio las cintas de Garry Gilmore. Ese libro son principalmente transcripciones. Por eso resulta realista.

¿Es optimista sobre el futuro de la literatura en Estados Unidos y en el mundo?
T.W.: No. Sólo la no ficción. La novela, realmente, murió. La novela seria ya no existe.
 

Texto: Andrés Hax 

sábado, 26 de julio de 2008

En La Habana el tiempo pasa


"Paciencia es lo que hay que tener, no dinero", dijo una mujer habanera ante los comentarios de un mejor futuro para la isla. Una realidad que comprobó el cubano Abilio Estévez al volver a su casa después de siete años. Descubrió que algunas cosas han cambiado y que hay algo inquietante en la quietud de su ciudad.

La noche que salí de La Habana rumbo a Barcelona, la calle de mi casa, por una rotura en las extenuadas cañerías, estaba inundada de agua. La noche que regresé, luego de siete años de ausencia, la calle se hallaba igualmente desbordada. No pude evitar la ilusión de que el tiempo no existía. Si no hubiera sido porque en esos años nuestro mundo familiar se había empobrecido con algunas muertes, y porque los cocoteros del jardín de al lado eran ya largas palmeras inclinadas a los cierzos, me habría costado huir de aquella alucinación: regresaba al minuto exacto en que me fui.

Todo simulaba encontrarse en idéntico sitio: mi pequeña casa de madera, tan poco pretenciosa, con sus antiguos muebles; los libros estropeados por los años y la humedad, en el orden en que los dejé, en los estantes habituales; y la familia que, a pesar de pérdidas notables, daba la impresión de perseverar en su conformidad, dueña de idéntica calma y resignación, de un estoicismo que el discreto matiz de jovialidad no lograba disipar. "El cuartico está igualito", exclamó alguien, repitiendo el verso de un bolero de Mundito Medina. "No es cierto, han cambiado la hora", ironizó otro, sirviendo hielo y ron en el vaso de la bienvenida, y haciendo referencia a un cambio de horario que en Cuba sólo ha marcado el paso de un invierno sofocante a un verano más sofocante aún.

Volví a verme en Marianao, después de siete años. Allí, en el barrio de mi infancia y adolescencia. Anduve por la calle 102, por el Obelisco, por mi destruido instituto (ahora sin ventanas), lejos de la parte de la ciudad acicalada para el turismo. Y confirmé lo que ya sabía, que esas calles habían acabado por destruirse. No es que pareciera, como se ha dicho, el paisaje después de la batalla. Se trataba de algo más complicado: el paisaje de una ciudad agobiada por la espera del bombardeo que no tuvo lugar. Infructuosa, la espera había consumido las fuerzas y dejado en su lugar la reacción igualmente inútil de la desidia. Una espera que nada esperó y nada espera. En todo caso, la batalla había sido la de la espera sin esperanza. Y, lo sé, esto puede poseer el brillo falso de las paradojas.

"Cada cosa continúa como la dejaste", indicaban algunos. "El calor, más intenso, eso sí". No repliqué. Comenzábamos a saber que no era cierto. Por más que suela repetirse, La Habana no es la ciudad del tiempo detenido. Aunque parezca iluso y trivial, precisa enunciarlo cuando se habla de La Habana: no hay inmovilidad posible con el tiempo.

Nada importaba que la ciudad pareciera detenida, y que los Chevrolets, por tenebroso arte de conservación, fueran los mismos de sesenta años atrás. La fealdad habitual de mi calle se había hecho patente. Despintadas las casas y más rotas las calles. Más difícil la vida. Dificultad agravada por la costumbre de la desilusión.

Cruzados de brazos, los muchachos conversaban de no se sabía qué sueños lejanos. A veces no conversaban. Una música alegre escapaba de alguna casa y, sentados en las aceras, escuchaban con sonrisas de seriedad. O jugaban al dominó con expresiones concentradas, pensando en otra cosa. Como apariciones, borradas por la luz de la mañana, las señoras iban y venían con sus bolsas de compra. Comentaban que habían "sacado" frutabombas en el puesto de la esquina, frente a los bomberos. Pocos automóviles, antiguos o nuevos, transitaban por la avenida a esa hora, a cualquier hora. Pasaban las bicicletas sin prisa. Y si no hubiera sido por el sol inflexible, se hubiera dicho que no iban a ninguna parte. En su carromato, el vendedor de viandas continuaba gritando en el portal el nombre de mi madre, aunque ella no estuviera desde hacía años. Sudorosa, la vendedora regresaba con similares pasteles, en la misma caja manchada de manteca.

Por esos días comenzaba a comentarse que un cubano "de a pie", podría hospedarse en los hoteles y tener su teléfono móvil. "¿Y quién tendrá dinero para ese lujo?", me preguntó la vecina que se abanicaba con una vieja revista. "Paciencia es lo que hay que tener, no dinero", murmuró otra asomada a su ventana. En tanto que el profesor jubilado de la esquina, con el pan diario envuelto en un periódico, agregaba sonriente: "Por lo menos, ya no se oye la voz tronitonante de Zeus, ya no sermonea, ya no regaña, y, si da órdenes, lo hace al menos en susurro. ¿Les parece poco?". "Qué alivio", respondían las vecinas, suspirando, pensando en la ausencia del Máximo Líder con la que, por supuesto, habían contado.

¿Qué se podía hacer? Lo de siempre: la espera, el arma perfecta de los cubanos. La espera sabía dilatarse con su sabiduría y su tenacidad. A pesar de haber estado tanto tiempo alejado, volvía a comprobar cómo en mi país el verbo "esperar" continuaba instalado en el centro de la vida, definiéndola y proporcionándole un extraño sentido. Repetí de memoria, y sin querer, lo que piensa un personaje de El navegante dormido,mi última novela: "... en aquella isla las cosas siempre tenían el toque supremo de la soñolencia y la inacción. Nada que hacer, salvo esperar. [...] En los ciclones, y en otras calamidades igualmente devastadoras, como en las revoluciones y otras fatalidades, como en otros muchos fracasos de la Historia, no vencía el que se enfrentaba, el héroe que moría o vivía, que para el caso era lo mismo, sino el hábil y paciente que no presentaba batalla. Ése era el verdadero triunfador. No el que batallaba, sino el que se cruzaba de brazos y se sentaba a esperar".

Había, no obstante, algo nuevo e inquietante en la quietud de la ciudad. La tristeza parecía encontrar una inflexión apacible, como si la desilusión percibiera de pronto alivios y remotos remedios. ¿Sería cierto, como enunciaba Valéry, que todo podía nacer de una espera infinita?

Se habría dicho que se llegaba, al menos, a un convencimiento: sin duda y, por encima de cualquier calma chicha y su "línea de sombra", lo propio del tiempo es que transcurre. Por poderosos que se pretendan hombres y caciques. Como despertara de un abatimiento de años, mi país daba la impresión de empezar a reconocer semejante perogrullada.

¿No nos enseñaron que nadie puede bañarse dos veces en el mismo río?

A despecho de que en mi calle, por la rotura de las cañerías, persistiera la impresión de que estábamos anegados por aquel eterno albañal. -

Abilio Estévez (La Habana, 1954) acaba de publicar El navegante dormido (Tusquets), novela con la que cierra la trilogía abierta con Tuyo es el reino. Artículo publicado en El País. España.

miércoles, 23 de julio de 2008

Bárbara Cassin: "Es peligroso confundir cultura con información"

La filósofa francesa advierte sobre los peligros de confiar ingenuamente en el recorte de la realidad que realizan los buscadores de internet, y señala que la educación y el ejercicio crítico de la filosofía son cada vez más importantes en la tarea de dar sentido a la existencia humana. Cassin, que tuvo entre otros maestros a Martin Heidegger, acaba de publicar en español Googléame, en el que expone una fuerte crítica al motor de búsqueda, al cual acusa de tener “una máscara democrática y universalista” análoga a la del presidente George W. Bush.

Bárbara Cassin (París, 1947) es una de las principales filósofas francesas contemporáneas. Directora de investigación en el Centre National de la Recherche Scientifique, sus trabajos se caracterizan por un marcado esfuerzo por encontrar en los textos filosóficos algunas claves que permitan pensar el mundo actual. En estos días se encuentra de viaje por algunos países presentando dos libros que tienen su versión reciente en español: Googléame - La segunda misión de los Estados Unidos y El efecto sofístico, que acaban de ser editados en Argentina por el Fondo de Cultura Económica. En esta entrevista recorre los aspectos centrales de su producción reciente, evoca experiencias personales de Mayo del 68 y se refiere, entre otros temas, a la actualidad de la filosofía y a la relación entre cultura e información.


¿Cómo vive su relación con la filosofía?


BARBARA CASSIN: Adoro leer libros filosóficos. Y me parece algo muy extraño que plantearse preguntas fundamentales, como hacemos los filósofos, sea un oficio. Que a alguien le paguen por preguntarse si Dios existe es genial.

¿Cuáles son los autores que le interesa leer?


B.C.: Leo mucho y de filósofos diversos. Pero hay escansiones indispensables: los griegos, Spinoza, Descartes, Kant, Hegel, Nietzsche, Marx, Arendt. Lógica del sentido y Diferencia y repetición, de Gilles Deleuze, son para mí muy buenos libros. También La diferencia, de Lyotard, es un gran libro, un texto que me ha aportado mucho. Se trata de libros cuya lectura nos cambia, nos marca. En lo personal, los libros de los filósofos recién mencionados me han marcado, transformado. Pero, por otra parte, son libros que olvido una y otra vez. Y entonces, necesito releerlos continuamente. Haciendo un recorrido por mi historia personal, tendría que decir que vengo de una generación filosófica que fue educada por Heidegger. Incluso participé en el seminario de Le Thor dictado por Heidegger en 1969. A partir de entonces me interesé por los griegos, por los filósofos presocráticos. Lo que yo quería era ver cómo se podía ser presocrático de una manera distinta de la planteada por Heidegger; cómo poder ser presocrático sin ir en busca de lo “originario”, en ese sentido casi nazi del término. También me interesé en los griegos por su lengua. La lengua griega me resultó extraordinaria, como a Heidegger.

Deleuze dice que es necesario preguntarse “¿Qué es la filosofía?” y responde “La disciplina encargada de crear conceptos”. ¿Se hizo usted esa pregunta? ¿Comparte la respuesta de Deleuze?

Creo que no hay que tomar esa respuesta como de Deleuze, sino como la de uno de sus personajes conceptuales. A mí me interesan, particularmente, los bordes de la filosofía, pero no pensados como fronteras. Algunas veces me sucede que escribo simultáneamente de muchas maneras. En realidad, creo que conforman una única manera, pero los editores piensan que se trata de tipos de textos diferentes. Entonces tengo que ponerme a pensar cuáles son las fronteras entre filosofía, ciencias humanas, poesía, literatura. No estoy nunca de acuerdo con esas fronteras, ni con las definiciones excluyentes.

¿Cómo vivió Mayo del 68?

En ese momento era una estudiante, tenía veinte años. El primer efecto que me produjo fue percibir que las relaciones de autoridad no existían como tales. Que hay relaciones de saber, de inteligencia, de creación, pero no relaciones de autoridad. Hubo otros efectos muy marcados, algunos de los cuales siguen vigentes. Cuando uno escucha al presidente Nicolas Sarkozy decir que es necesario enterrar Mayo del 68, se da cuenta de que algo de aquello se ha mantenido, puesto que todavía hay quienes intentan borrarlo. Uno de esos efectos fue, para mí, el descubrimiento de que se pueden hacer cosas con palabras. En aquel momento se hablaba mucho, y todo el mundo podía hablar; había otra forma de instituir la palabra.

¿La comunicación virtual mejora las posibilidades de diálogo o acentúa más las distancias?

Las dos cosas. Por eso es importante cuidar lo que ocurrió en Mayo del 68, pero también es necesario adaptarse. No se puede volver al pasado. Hay que tratar de mantener aquello en lo que uno creyó y tratar, al mismo tiempo, de transformarlo.

En una sociedad como la nuestra, ¿cómo encontrar un sentido en una maraña de información que parece infinita? ¿Puede un buscador como Google cumplir con la función de organizador del sentido?

Mucha información mata la información. Es real que estamos sumergidos en ella y que es necesario orientarse. Google nos permite elegir, pero en función de palabras clave. La selección está bien hecha en general, pero no es más que eso: una selección de información a través de palabras clave. Y no se puede confundir eso con la estructuración de un sentido. Eso no tiene nada que ver con la cultura. La información y la cultura no están sobre el mismo plano. Creo que lo perjudicial para la cultura es la confusión. Y es también peligroso confundir lo que uno encuentra a través de un motor de búsqueda con información confiable. Esto no es así, y por supuesto es peligroso, especialmente para los jóvenes, confundir cultura con información. Para mí, sin duda, la cultura está mejor caracterizada por Hannah Arendt que por Google. Arendt dice que la cultura tiene que ver con la obra de arte y que el gusto es una facultad política. Yo estoy de acuerdo con esas dos premisas.

En su libro Googléame, si bien reconoce las virtudes de Google como buscador, expone su temor en relación con cierto imperialismo que podría esconderse allí. ¿Esto es así?

Sí, es un temor al imperialismo de una suerte de “misión universal” que se esconde en dos de sus lemas: “Nuestra misión es organizar toda la información del mundo” y “No seas malo”. En realidad se trata de una “misión” que en los hechos simplemente consiste en la búsqueda de un beneficio económico, pero que se presenta disfrazada de moral y de democracia. Google nos hace creer que su información se organiza con el mecanismo “un click igual un voto”, pero, en realidad, si una página importante envía a un link, éste automáticamente sube de lugar en el ranking. Al mismo tiempo, se muestra como ajeno a lo comercial, porque no acepta dinero a cambio de mejorar la posición de una página, pero esto le permite hacer enormes negocios con las publicidades que aparecen al costado de la información. Es esa pantalla moral, universal y humanística lo que me preocupa. Es imposible no relacionarla con la cruzada de Bush en defensa de la democracia y de la lucha “del bien contra el mal”. También es preocupante la reducción de la calidad a la cantidad. Google nos hace creer que algo es bueno porque es mencionado muchas veces.

¿Por qué habla de Google como la “segunda misión de los Estados Unidos”?

Es que no se puede dejar de ver la similitud de este discurso con el discurso de George W. Bush. Por ese motivo hablo de una segunda misión, porque tal como refleja ese discurso, la primera es ganar la guerra del “bien contra el mal”, entendido esto como la guerra contra los estados terroristas, o estados delincuentes. Es decir, se trata de imponer la democracia de manera universal, como bien universal. La expresión actual de eso es la intervención en Irak. En el fondo de todo esto, por supuesto hay un fondo de intereses comerciales.

¿Una manera de enfrentar ese peligro es la mejora de la educación?

La educación me parece un tema muy interesante. Lo he estudiado especialmente a partir de lapaideia griega, que es una educación a la vez de la lengua y de las obras, y de la manera en que alguien se convierte en un hombre. Y la información no es paideia, por eso no debe confundirse con la cultura. Ahora bien, es complicado comparar la sociedad griega con la nuestra. La sociedad griega no puede tomarse como un modelo de la nuestra porque la democracia griega era una democracia“hasta donde llega la voz”, como decía Aristóteles. Era, además, una democracia en la que las mujeres y los esclavos no votaban. Sin embargo, creo que trabajando sobre los griegos se aprenden cosas sobre la educación o, por ejemplo, sobre la política.

¿Qué enseñan los griegos sobre política?

Que la política es fundamentalmente una creación de discurso y el hombre es un animal político porque habla. Y una segunda cosa: que la política no depende de nada más. Eso lo aprendí por Aristóteles, no por Platón. Para Platón la política, como para Heidegger, depende del ser. Mientras que para Aristóteles, la política es arquitectónica; en cierta manera traza el espacio. Y ese espacio es un espacio de discurso, un espacio donde hay una manera de procesar lo múltiple.

¿Quién es el sujeto de la política hoy?

Esa es una pregunta enorme. Hay una respuesta muy bien articulada, la de Toni Negri, que dice que el sujeto de la política es la multitud. Se trata de una multitud diferenciada. Es una respuesta que no me parece nada tonta. No estoy muy segura de estar completamente de acuerdo con el libro Imperio de Negri, pero, en cambio, encuentro que la noción de multitud que él plantea, incluso en relación con internet, es muy interesante.

Si, para usted, todo lenguaje y especialmente el lenguaje político, es creador y no un reflejo del ser, ¿qué sucede con la noción de “verdad”?

No creo en la verdad universal ni en el filósofo rey. Creo que es peligroso creer en eso desde Platón hasta Heidegger. Y ahí pienso con Arendt, que veía en Sócrates un discurso que representa un modelo de unidad que no es, sin embargo, unicidad, sino una unidad que se constituye por singularidades diferenciadas, con lo que la pluralidad es la condición de lo político. O con los sofistas, que le extraen la mayúscula a la verdad y la modulan comparativamente. Ellos sostienen que hay algo más verdadero y algo menos verdadero, pero no una verdad universal. Como dice Sócrates, en defensa de Protágoras, en el libro Teeteto de Platón: “No se puede hacer pasar a alguien de una opinión falsa a una verdadera, pero sí se puede hacer pasar a alguien de un estado no tan bueno a uno mejor”. Ese alguien puede ser una persona, una ciudad o un Estado.

¿Y desde qué criterio podemos distinguir construcciones mejores que otras? ¿Comparando los efectos que una ficción produce, como en el perspectivismo nietzscheano?

Absolutamente. Eso es lo que se propone desde la sofística. Hay una frase sobre la verdad, en el libro Conversaciones, de Deleuze, que me gusta mucho: “Las nociones de importancia, de necesidad y de interés son mil veces más determinantes que la noción de verdad. No porque la reemplacen, para nada, sino porque miden la verdad de lo que digo”. Esto es lo que hay que tener en cuenta al pensar en un criterio para distinguir posturas. La idea de una verdad universal que domina el mundo, tanto si es vehiculizada por un filósofo como si es vehiculizada por un dios, es una idea insoportable para mí.

¿En qué está trabajando en este momento?

Estoy haciendo un libro sobre Homero como filósofo. Es una lectura de un Homero vestido con el ropaje de un filósofo y, a la vez, de lo que Homero les aporta a los filósofos. Por ejemplo, no sé si usted sabe que las palabras que emplea Parménides para describir el ser son exactamente las mismas palabras que Homero utiliza para describir el paso de Ulises a través del mar de las sirenas. Sobre ese tipo de cosas quiero reflexionar. Otra cuestión que me interesa es cómo se hacen cosas con las palabras; la performance, lo performativo. Veo, en la escena de la Odisea en que Ulises se encuentra con Nausícaa, el nacimiento de lo performativo. Cuando Ulises, que está desnudo y sucio, ve a Nausícaa con las otras jóvenes y piensa en pedirle auxilio, él dice “¿Voy a tocarle las rodillas como un suplicante o voy a hablarle?” Y Ulises se decide por el discurso. Es el discurso el que gana. Entonces afirma “Yo te tomo por las rodillas, mujer o diosa, porque temo tomarte por las rodillas”. Esto es magnífico, porque él no la toca sino que le dice que la toca. Dicho de otra forma, la toca con las palabras. Estas son las cosas sobre las que estoy reflexionando.

¿Cuál cree que es hoy el lugar de la filosofía?

La filosofía es muy importante. Su lugar es el de una toma de distancia crítica en relación con la sociedad, entendiendo “crítico” como la búsqueda de criterios. En cambio, me parece peligroso creer que su función es la de conducir la sociedad, al estilo del filósofo rey de Platón.

Esta entrevista fue publicada originalmente en la revista adnCultura del diario La Nación de Buenos Aires el sábado 21 de junio de 2008.

EL DEBATE DE LA CULTURA Y EL CONOCIMIENTO DEL SIGLO XXI

¿Por qué pensar los problemas de nuestro tiempo desde formas tan lejanas y probablemente tan caducas como las de los filósofos de la Antigüedad clásica? Esta pregunta hace menos de medio siglo hubiese sido considerada por un sencillo estudiante de filosofía, absolutamente absurda. Hoy requiere de una respuesta precedida por una larga explicación, debido a que el desprestigio de las humanidades, la malevolencia de la tecnocracia y la complicidad de ciertas corrientes de pensamiento, han hecho creer a nuestros jóvenes, en especial, y a los incautos, en general, que la filosofía clásica, la de los fundadores de Occidente, ya no tiene nada que decir al presente o que simplemente no es necesaria, pues solamente es un ornamento de eruditos pasados de moda.

Del pensamiento antiguo hemos recibido no sólo la herencia de la filosofía, sino la presencia de una serie de problemas sobre lo divino, el mundo y el hombre que son ineludibles para cualquier reflexión sobre el presente, cuyo desconocimiento más que una exhibición de ignorancia, conduce al pensador contemporáneo a guardarse de falsas originalidades y a evitar vivir su tiempo sin referentes, de manera brutal, haciéndolo menos vulnerable de los cambios y  de las circunstancias pasajeras.

domingo, 20 de julio de 2008

El Gato de Simon

Primero fueron los inigualables Garfield y Jon. Ahora, Simon y su mascota felina. son el hombre y el gato, una pareja clásica cuya vida diaria se ha convertido en una serie de cortos animados, obra de Simon Tofield, realizador de Tandem Films. Tres capítulos de sólo 3 minutos que resumen situaciones muy habituales entre un gato juguetón y hambriento, y su tranquilo y apacible dueño. Ya ésta serie de trazo negro sobre fondo blanco es un éxito en YouTube:




EL CANDIDATO ROMPECORAZONES


En Estados Unidos, Barack Obama aventaja por cuatro puntos a John McCain. En Francia, Alemania o España esa ventaja es de más de 50 puntos. Obama también es popular en el mundo islámico. Lo favorece el hecho de ser percibido como menos belicoso que John McCain, que su segundo nombre es Husein y que parte de su familia es musulmana. En Irán también lo ayuda que en farsi "Oo ba ma" quiere decir "Él está con nosotros". La obamanía se propaga por al mundo, nutriendo inmensas expectativas. Y cuando las expectativas son tan altas la desilusión es inevitable. Esto es bien sabido y siempre sucede. Pero en el caso de Obama las expectativas son tan altas y tan globales que la decepción será de calibre mundial.

Como presidente, Obama está destinado a desencantar a muchos de a quienes hoy tanto entusiasma, especialmente a quienes creen que Estados Unidos y su presidente gozan de más poder del que en realidad tienen.

De ser electo, Obama enfrentará severas restricciones. Aunque es probable que su partido tenga la mayoría en el Congreso, eso no garantiza que el presidente Obama tendrá carta blanca para hacer lo que quiera. Los sindicatos limitarán sus opciones en cuanto al comercio internacional. La industria del etanol, muy influyente en círculos cercanos a Obama, intentará impedir la eliminación de los subsidios que tanto han contribuido al alza del precio de los alimentos en el mundo. De hecho, Obama no sólo apoya los subsidios, sino que también está a favor de mantener una tarifa que encarece las importaciones de etanol desde países como Brasil.

Y éstos no son los únicos casos de políticas que Obama apoya y que son contrarias a las que muchos esperan de él. Obama ha recomendado, por ejemplo, aumentar "con sentido de urgencia" las presiones destinadas a impedir que Irán obtenga armas nucleares, y aclaró que no descarta la opción militar. Si bien se opuso a la guerra en Irak y exigía la salida inmediata de las tropas estadounidenses, últimamente habla de una retirada más gradual. Prefiere soluciones multilaterales para las crisis internacionales, pero insiste en que no tendría problemas en actuar unilateralmente. Las políticas ambientales más verdes que de él se esperan implican nuevos costos que serán difíciles de imponer en una economía en crisis como la que heredará. Además, confrontará un déficit fiscal que impondrá severos límites a lo que el Gobierno puede gastar. Y esto también será una importantísima fuente de frustraciones.

Es probable que Barack Obama sea el próximo presidente de Estados Unidos. Ese mero hecho va a abrir interesantes posibilidades que la infausta gestión de George Bush había cerrado. También es cierto que Obama ha demostrado tener talentos muy especiales que pueden depararnos sorpresas muy positivas. Y naturalmente, hay que tener cuidado en no creerse todo lo que un candidato -cualquier candidato- dice durante la campaña electoral. Sabemos que una vez electos, los candidatos cambian. A veces para mejor.

Obama parece contar con las condiciones para llegar a ser un gran presidente. De Estados Unidos. No del mundo.

Moisés Naím

El País-España 20 de julio de 2008

mnaim@elpais.es

viernes, 18 de julio de 2008

El caso Ochoa y Patricio de La Guardia en Angola

MegaTV presenta videos de la "seguridad del estado" sobre el caso Ochoa y Patricio de La Guardia en Angola..
Jorge Masetti lo critica en en el canal 41.

Cortesía Cuba Nuestra Digital




DISCULPAS por días de ausencia

Durante unos días no fue posible reunir algunos asuntos de interés. La salud grita, reclama su atención y estalla. Ya todo está bien. Deseo que nos disculpen. Mil gracias.

CUBA, UN CAMBIO SIN VENGANZA

En la madrugada del 13 de julio de 1989, el general Arnaldo Ochoa, su ayudante el capitán Jorge Martínez, mi padre el coronel Antonio de la Guardia y su subordinado el mayor Amado Padrón fueron abatidos por las balas de un pelotón de fusilamiento cerca de la playa de Baracoa, al oeste de La Habana.

Por no haber denunciado o injuriado a su hermano Antonio, mi tío el general Patricio de la Guardia fue condenado a 30 años de prisión. Así concluía la parodia del conocido proceso Ochoa-De la Guardia, en el que, acusados de corrupción y tráfico de drogas, fueron llevados ante los tribunales un grupo de oficiales de las Fuerzas Armadas Revolucionarias y el Ministerio del Interior. Sus "abogados defensores" fueron impuestos por el propio Estado cubano y todos eran oficiales de la Seguridad del Estado. Ninguna prueba material pudo ser mostrada contra los inculpados. En tan sólo un mes -pues mi padre fue detenido el 13 de junio del mismo año- se desarrolló la investigación, el proceso judicial y el cumplimiento de las sentencias.

Dos versiones pueden adelantarse para explicar tanta urgencia. Una: los servicios norteamericanos de lucha contra el tráfico de drogas estaban al tanto de supuestas operaciones de narcotráfico lanzadas desde La Habana, y Fidel Castro, para limpiar su imagen, utilizó a estos oficiales como chivos expiatorios. Otra, la más creíble: estos oficiales cansados de guerrear en distintas latitudes -algunos de ellos acababan de regresar de la guerra de Angola-, bajo la influencia de los aires de perestroika que soplaban desde la Unión Soviética y, sobre todo, ante la permanente crisis de la situación cubana y la ausencia de las libertades más elementales, comenzaron a criticar (esto me consta) en sus círculos más allegados a la dirección del país. Teniendo en cuenta su nivel de responsabilidad militar y temiendo que sus comentarios pudieran llegar a convertirse en una corriente de opinión en el seno de las Fuerzas Armadas, Fidel y Raúl Castro decidieron sacrificarlos.

En todo caso, espero que algún día la historia y una verdadera justicia aclaren lo sucedido. Ahora hay que decir que el proceso Ochoa-De la Guardia fue un episodio más de esta siniestra farsa en la que los cubanos somos víctimas y actores desde hace 49 largos años.

Hoy nuestra responsabilidad está en el futuro. Hoy y mañana pedir venganza sólo puede generar más violencia. Fue pidiendo venganza como comenzó el drama en 1959. ¿O es que acaso se puede olvidar, aunque yo aún no había nacido, a un pueblo fanatizado pidiendo "paredón" para los victimarios del régimen recién derrocado del dictador Batista?No, ni a esa ni a esta Cuba podemos volver ni en sus formas ni en sus métodos.

Hace cerca de un mes, la escritora cubana Zoé Valdés mostraba en su blog el testimonio del suplicio del escritor René Ariza, injustamente encarcelado en Cuba, a partir de 1971, durante ocho años y que murió en el exilio en 1994. El testimonio es conmovedor, pero lo preocupante son las conclusiones de la escritora. Valdés afirma que "todos los militares (cubanos) sin excepción deberían pedir perdón, a coro, en la plaza de la Revolución, y sus hijos deberán callarse para siempre". Aparte de este concepto escalofriante de "justicia" maoísta que la escritora reivindica, en la que unas personas son obligadas a pedir perdón en la plaza pública, asombra el que se permita también exigirnos a los hijos de los militares que callemos para siempre. Yo, por supuesto, no pienso hacerlo.

Parece que la escritora cubana tiene una insaciable necesidad de darse un lustre de anticastrista visceral de toda la vida, luego de haber sido diplomática cubana en París durante los años 80 y alta funcionaria del Instituto Cubano de Arte e Industria Cinematográfica (ICAIC). Recientemente publicó en España un ensayo titulado La ficción Fidel en el que, además de comenzar con un "yo acuso" e incluir numerosas exageraciones, falsificaciones y errores históricos, pretende enlodar la memoria de mi padre, que fue fusilado, y de mi tío, condenado a 30 años de reclusión. Por cierto, menciona a este último dos veces como si también hubiera sido ejecutado.

Zoé Valdés, que en su libro llega a caracterizar a los cubanos como "corderos", es emblemática de un sector minoritario de la oposición cubana que, en mi opinión, compromete el futuro de mi país con este tipo de planteamientos. La mayoría de los cubanos, en efecto, simplemente quiere construir un futuro donde todos podamos hablar. Donde los que se fueron antes, los que nos fuimos después y los que se quedaron, todos juntos propongamos una Cuba mejor.

Pienso que el discurso de la venganza, de los ajustes de cuentas y de las falsedades históricas sólo sirve para alimentar a los que desde el poder en La Habana se esfuerzan en frenar la dinámica de cambio que se ha instalado en los cubanos.

Hace ya dos años que Fidel Castro abandonó el poder. Su hermano, el actual presidente Raúl Castro, anunció cambios de concepto y estructurales para enfrentar la aguda crisis económica, política y social que vive Cuba. Por el momento se han visto pocos resultados. Sin negar que la firma por Cuba del Pacto de Derechos Económicos, Sociales y Culturales y también el de Derechos Civiles y Políticos de las Naciones Unidas tiene su importancia, así como la tienen algunas de las tibias medidas que ya permiten a los cubanos entrar en los hoteles, comprar un DVD o contratar una línea de telefonía celular. Por lo demás, una necesaria valorización de los salarios también está en curso. ¿Suficiente? Por supuesto que no, pero la existencia de una dinámica de cambio es innegable. No obstante, no puede olvidarse que la liberación de más de 300 prisioneros por delito de opinión es un reclamo urgente.

Sería doloroso que, una vez más, las promesas sean incumplidas y los cubanos pierdan la esperanza. De momento, creo, todos los pasos que se den en el sentido del diálogo político, como lo acaba de hacer la Unión Europea, son positivos, pues alimentan esa dinámica de cambio. Y ojalá la próxima Administración estadounidense siga esa misma senda. Y sobre todo, que los dirigentes cubanos sean, por fin, sensibles a los deseos de su pueblo.

Desde hace 18 años vivo en el exilio y mi dolor sigue intacto, pero me esfuerzo por llevarlo con nobleza y dignidad, como tantas otras víctimas. Por eso quiero que en mi país el odio y la intolerancia sean, por fin, solo parte del pasado.

Ileana de la Guardia, El País, España
16 de julio de 2008

POLÉMICA EN MIAMI- CASO OCHOA DE LA GUARDIA 19 AÑOS DESPUÉS DE LOS FUSILAMIENTOS


martes, 8 de julio de 2008

Betancourt pide a Uribe que abra las puertas a quienes quieren ayudar

París.(EFE).- Ingrid Betancourt instó hoy a las autoridades colombianas a recapacitar y aceptar ayuda para lograr la liberación de los rehenes en manos de las FARC en la selva. "El problema de los secuestrados en Colombia necesita el trabajo de mucha gente. Creo que una sola persona no lo puede lograr", dijo la ex cautiva de la guerrilla en alusión al presidente colombiano, Álvaro Uribe, en una entrevista con Efe en París. 

El Gobierno colombiano hizo saber ayer que ya no tenía "confianza" en los emisarios europeos y que iba a intentar establecer un contacto directo con las FARC. 

El alto comisionado colombiano para la paz, Luis Carlos Restrepo, argumentó que "hablar hoy de un acuerdo humanitario como de una primera etapa antes de la paz ya no tiene sentido", en referencia a la misión de los emisarios francés y suizo que actúan en nombre de Francia, España y Suiza, que llevan años tratando de fomentar negociaciones entre el Gobierno y las FARC. 

"El problema de los secuestrados colombianos es un problema que ha tocado el corazón del mundo. No podemos cerrarles las puertas a aquellos que quieren ayudarnos. Al contrario. Creo que todo aquél que quiera aportar para que estas personas que siguen en la selva vuelvan tiene que ser bienvenido en nuestro país", dijo Betancourt. 

La ex candidata a la Presidencia de Colombia, que también tiene la nacionalidad francesa, fue liberada junto a otros 14 rehenes de las FARC el pasado día 2 en una operación del Ejército colombiano. 

"Para mí seria muy doloroso pensar que sólo porque yo tenía pasaporte francés se le permitió a Francia actuar", afirmó Betancourt, para quien Francia, porque "supo mover el corazón del mundo", se ha ganado "el derecho a apoyarnos y seguir acompañándonos a los colombianos en esta tragedia que tiene que terminar pronto". 

"Ayudar es algo que no se le puede negar a nadie", dijo, al insistir en que Colombia debe "abrirles los brazos" a Francia y "todos los demás países que han venido ayudando". 

Si bien la "extraordinaria" operación militar colombiana del pasado día 2 "nos hace sentir que lo podemos todo", precisamente en esta victoria "tenemos que tener la humildad de aceptar que necesitamos ayuda para completar el proceso y obtener la liberación de los demás" rehenes, argumentó. 

Betancourt, que se ha declarado dispuesta a mediar entre Uribe y el presidente venezolano, Hugo Chávez, para "restablecer la amistad y la confianza" entre ambos y tratar de resolver el problema de los rehenes, "sueña" con que los dos "se vuelvan a abrazar". 

"Más allá de las diferencias ideológicas son dos mandatarios que representan a dos pueblos que se aman. Lo mismo con Ecuador. Se tienen que trascender estas diferencias y tenemos que ser generosos y entender que solos no vamos a poder resolver el problema y que siempre se necesita una mano amiga que nos ayude", afirmó. 

Uribe canceló la mediación de Chávez el pasado noviembre. A comienzos de año, las FARC liberaron unilateralmente a seis rehenes, como "desagravio" a Chávez. 

Las relaciones se deterioraron aún más tras la operación militar colombiana en Ecuador en la que murió el número dos de las FARC, Raúl Reyes, y que llevó a Quito a romper relaciones con Bogotá. 

Chávez, colaborador
Chávez, "por el motivo que sea, logra hablarles a las FARC y hacerse oír" y, para "los soldados rasos" de la guerrilla "es un dios", dijo Betancourt. 

Cuenta que los guerrilleros se sintieron "prácticamente traicionados" cuando Chávez afirmó que utilizar las armas para llegar al poder "ya no tenía uso en América Latina" y debían buscar un "escenario político". 

Al aplaudir esas palabras, Betancourt dijo que quienes tienen "sensibilidades ideológicas parecidas con las FARC tienen la obligación moral con Colombia y el mundo entero" de hacerles entender que "la vida democrática es el camino" y que derramar sangre y sembrar "el pavor" entre los colombianos "no es el camino para cambiar los problemas" del país. 

Preguntada si piensa ir a Caracas, Quito o España, dijo que quisiera ir "a todos lados", a ver a Chávez, Rafael Correa, Luis Inácio Lula da Silva, Michele Bachelet, Cristina Fernández y José Luis Rodríguez Zapatero. 

De España afirmó que por su peso "específico" para los latinoamericanos -"somos de la familia"-, y por haber mantenido relaciones de "manera muy cercana" con Uribe, es "muy importante que siga participando" en los esfuerzos por los rehenes. 

Recordó que los familiares de los secuestrados le dijeron, antes de que volara a París dos días después de su liberación, que "no les fuéramos a abandonar". 

El próximo día 20, día de la marcha en Bogotá por la liberación de los rehenes, ella estará marchando en París, pero en "una unión de fraternidad", gracias a un enlace por satélite. 

Está convencida de que sus compatriotas han entendido que viajara tan rápidamente a Francia para "abrazar a un pueblo que se hermanó con los colombianos en el dolor", estar con su familia y "dar testimonio" de lo que viven los rehenes. 

Preguntada por sus planes políticos, dijo que su misión es "servir": "en un momento dado pensé que ser presidente de Colombia era una excelente manera de servir. De pronto hoy en día no tengo tanto entusiasmo para ocupar ese cargo, porque pienso que hay otras maneras de servir", aunque tampoco quiere cerrar esa puerta.