domingo, 12 de abril de 2009

Cuba, 50 años de decepción


Cuba, 50 años de decepción

Dicen que el hombre es dueño de su silencio y esclavo de sus palabras: “El poder no me interesa, ni pienso ocuparlo, velaré sólo porque no se frustre el sacrificio de tantos compatriotas, sea cual fuere mi destino posterior. Ahora hablará el que quiera, bien o mal, pero hablará el que quiera. Habrá libertad para que nos critiquen y nos ataquen, siempre será un placer hablar cuando nos combaten con la libertad que hemos ayudado a conquistar para todos. Nunca los ofenderemos, siempre nos defenderemos y seguiremos sólo una norma, la norma del respeto al derecho y a los pensamientos de los demás”.

El extracto, como imaginarán, pertenece a un discurso de Fidel Castro en el año del triunfo de la revolución que provocó la huida del dictador Fulgencio Batista. Una revolución que tuvo su primer capítulo con el ataque al destacamento militar de Moncada el 26 de julio de 1953 que acabó como un fracaso militar y con Fidel Castro en prisión. Durante el juicio, en su alegato de defensa, Castro ya utilizaba las palabras como un arma: pintó una Cuba que le dolía en sus entrañas. Denunció la humillante opresión política, las mejores tierras productivas en manos extranjeras, la tragedia de la vivienda, el sistema de enseñanza al que acudían niños descalzos y desnutridos para finalmente concluir: “En cuanto a mí, sé que la cárcel será dura como no lo ha sido nunca para nadie, pero no le temo. Condénenme, la historia me absolverá”. Fue condenado a 15 años de prisión, aunque en 1955 fue liberado por una amnistía y abandonó Cuba hacia el exilio. Regresó a la isla en 1956 en un desembarco sangriento al que sólo sobrevivieron viente hombres. 26 meses después, Fidel Castro lograba derrocar una dictadura de siete años instalando otra que duraría 50. La seductora promesa de igualdad se logró en el sentido inverso al esperado. Se ha nivelado para abajo proveyendo un acceso garantizado a la pobreza, al aislamiento y la reclusión.

Hoy, Cuba muestra más de un 50% de sus tierras improductivas, mientras importa más del 80% de los alimentos que se consumen. Posee el déficit de vivienda más grave de la historia, un índice demográfico negativo, salarios de 10 dólares, escasez de productos de primera necesidad y un mercado negro creciente que favorece la corrupción y el abuso. La prostitución, que hoy incluye a un alarmante número de menores de edad, alcanza niveles superiores a los de la época de Batista. La Administración de Fidel Castro parece no haber comprendido que el mundo entró, hace ya más de dos décadas, en la era del conocimiento.

La propaganda oficial ha pretendido instalar una imagen de excelencia en los sectores de educación y salud. Falso. Un país aislado, en la era de la globalización del conocimiento, no puede educar con niveles de excelencia. La mayoría de los médicos diplomados en Cuba que hoy emigran a Estados Unidos no logran pasar sus exámenes de validación de títulos dada la pobreza de su formación académica. El sistema de salud de la isla no escapa a la crisis terminal que sufre toda la infraestructura de sus servicios públicos. La promesa de Castro sobre la Libertad en todas sus formas parece, hoy, una burla. La posibilidad de hablar, opinar, escribir y hasta leer sin ser castigado es la verdadera utopía actual.

Las detenciones ilegales por portación de ideas contrarias al régimen, las condiciones infrahumanas en las cárceles, y la humillación que representa el ya tristemente célebre “permiso de salida” son sólo muestras de un modelo que es visto en el mundo como una curiosidad arqueológica más que como una alternativa política, con la excepción de algunos nostálgicos presidentes latinoamericanos que todavía visualizan en ese modelo la oportunidad de satisfacer sus expectativas de poder perpetuo.

La suma de muchos pobres nunca hace un rico. Sólo genera muchos pobres. El régimen de Fidel Castro finalmente lo ha logrado: hoy Cuba prácticamente no tiene diferencias sociales. Todos han alcanzado el nivel de pobreza suficiente que la revolución podía proveer. La generación hija de la revolución, la que hoy promedia los 40 años y que debiera ser su motor dirigente, es una generación perdida. Condenada al aislamiento internacional y vedada de toda posibilidad de participación. El exilio ha sido el verdadero sueño en el horizonte cotidiano de la juventud cubana.

Mientras China, su “socio ideológico”, envía a sus jóvenes a formarse en las universidades más prestigiosas del planeta con la obligación de regresar a su país y contribuir a un sistema de transferencia de conocimientos, el régimen cubano mantiene presos a sus jóvenes dentro de una isla donde el contacto con la información exterior es prácticamente nulo. Todavía el clan Castro construye su discurso con una terminología perimida y nostálgica, mientras el comunismo vietnamita desde el 1978 enfrenta profundos procesos de evolución y declara que la economía mercantil no es un atributo exclusivo del capitalismo, sino una conquista de la humanidad, proclamando el fin de la mercadofobia.

El régimen castrista en Cuba ha sobrevivido aislamientos, complots y crisis de toda especie: la invasión ordenada por el dominicano Rafael Trujillo en agosto del 59; Bahía de Cochinos en 1961; la expulsión de la OEA en 1962; la crisis de los misiles en ese mismo año, el embargo impuesto por Estados Unidos y el desplome en 1991 de la Unión Soviética. Pero si se observa con detenimiento el deterioro profundo en todos los ámbitos de la isla, podría concluirse en que su talón de Aquiles radica en la imposibilidad de sobrevivirse a sí misma. Después de todo, como decía Borges, el peor de los infiernos, siempre, es uno mismo.

Hasta la próxima,
Alex Gasquet