domingo, 17 de mayo de 2009

ENTREVISTA Álvaro Uribe

"La violencia lo hace a uno angustiado"

GABRIELA CAÑAS 17/05/2009

 
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El presidende de Colombia es el líder mejor valorado de América Latina, pero también uno de los más criticados. Él se confiesa angustiado, a pesar de que su guerra contra la violencia ha dado frutos.

La plaza de la Lealtad de Madrid está tomada por la policía. Es martes, 28 de abril. Varios furgones ocupan la puerta del hotel Ritz, y dentro, un ejército de guardaespaldas controla cualquier movimiento después de haber registrado con ayuda de un escáner a todos los convocados al almuerzo que se celebra en el interior. El espectacular dispositivo de seguridad se debe a que el invitado de honor es el presidente de Colombia, Álvaro Uribe.

Han acudido 600 comensales cuyas mesas han ocupado todos los salones del lujoso hotel, incluido el patio central. Pocos eventos del Fórum Nueva Economía son tan multitudinarios. A las cuatro y media de la tarde, los asistentes empiezan a abandonar el hotel cargando con bolsas publicitarias que exhiben un lema llamativo: "Colombia. El peligro es que quieras quedarte". La presidenta de la Comunidad de Madrid, Esperanza Aguirre, ha cerrado el almuerzo con un brindis por Colombia y después han desfilado hacia la calle varios pesos pesados del PP, así como prohombres de la empresa y el periodismo español.

Álvaro Uribe ha aterrizado esta misma mañana en Madrid, a las diez (tres de la madrugada en Bogotá), y su agenda está cargada de encuentros políticos y económicos. Es el presidente de América Latina mejor valorado por su ciudadanía, una popularidad que sólo le disputa a veces el presidente de Brasil. El año pasado, tras abatir el ejército al número dos de las FARC, Raúl Reyes, y liberar en una espectacular operación a la candidata presidencial Ingrid Betancourt (junto a otros 14 rehenes), Álvaro Uribe terminó con un índice histórico de popularidad del 84%, a pesar de haber cumplido ya seis años de mandato.

Todos quieren fotografiarse con él en la escalinata del Ritz. La cita de El País Semanalcon el presidente colombiano tenía que haberse iniciado hace ya veinte minutos. Finalmente, Uribe camina hacia su suite, y el cordón de seguridad me deja pasar para intentar realizar una entrevista pedida en julio del año pasado, justo después de la catarsis colectiva que supuso la liberación de Betancourt.

En la puerta de la lujosa habitación, más guardaespaldas velan por la seguridad del líder de un país que es el primer productor de coca del mundo y que hace seis años registraba 28.000 asesinatos anuales y el 65% de los secuestros de todo el mundo. Es un presidente que ha sufrido 20 atentados y cuyo padre fue asesinado por guerrilleros de las FARC, ahora tan diezmadas por la persecución sin cuartel a la que las ha sometido. Estados Unidos, con su apoyo militar y tecnológico, ha sido esencial.

A las cinco de la tarde, su portavoz César Mauricio Velásquez me hace pasar al hall de las estancias presidenciales, urgiéndome a aprovechar el poco tiempo disponible. Entramos en el luminoso salón de la suite y allí está Álvaro Uribe, sentado en una de las butacas, enfrascado en su BlackBerry. A su lado, de pie, su ministro de Exteriores, Jaime Bermúdez, y el embajador en España, Carlos Rodado Noriega. Le digo en broma que usa el mismo móvil que Barack Obama, pero Velásquez sale al quite: "Sí, pero él empezó antes". Uribe se ha puesto de pie y se cambia de sitio para sentarse a mi lado, tras explicarse sobre su atención hacia el móvil, que seguirá consultando de vez en cuando durante el encuentro: "Entran mensajes a todas horas y, como en las reuniones no la utilizo, en los intervalos tengo que ponerme al día...".

No hay en él un solo indicio de cansancio, lo que casa con su fama de trabajador infatigable. Pero sí parece dispuesto a abandonar la etiqueta tras dos horas y media de almuerzo oficial, así que, además de revisar el móvil, se come de vez en cuando una uva que arranca del frutero que reposa sobre la mesa, se recuesta en el asiento a ratos y otras veces acerca su cara a la mía para seguir hablando. En definitiva, no para de agitarse en el asiento. Levanta la voz, casi grita, cuando tocamos los asuntos que ensombrecen su mandato, pero mantiene la corrección propia de un hombre de su formación. La impresión es que tiene demasiadas cosas en las que ocuparse como para estar aquí concentrado en una entrevista, y que, además, le sobra capacidad para andar y mascar chicle al mismo tiempo.

Sé que la pregunta es muy obvia, pero no puedo dejar de interrogarle sobre su posible reelección para un tercer mandato. ¿El hecho de que se vaya a convocar un referéndum significa que tiene ya la decisión tomada? [César Mauricio Velásquez hace un ostensible gesto de disgusto ante la cuestión, pero Uribe no se inmuta y empieza a hablar con ese tono un tanto grandilocuente y teatral que le acompaña]. Colombia es un país que sufrió 60 años de violencia; una violencia que incrementó sustancialmente la pobreza, que disminuyó la tasa de inversión y que aumentó explosivamente el desempleo. Estamos erradicando esa violencia que tanto daño ha hecho a Colombia, pero falta un trecho. Por eso, mi única campaña es por la prolongación en el tiempo de la seguridad con valores democráticos. Colombia tiene muy buenos líderes. En nuestra coalición hay gente muy buena, y mi interés es prolongar estas políticas, sin prejuicio de los ajustes que deban hacerse. Pero pertenezco a una generación que no ha vivido un día completo de paz; que vio cómo creció la población colombiana sin que lo hiciera en la misma forma la economía; que asistió al empobrecimiento del país. Quisiera para las nuevas generaciones que estas políticas que empezaron a implementarse en 2002 puedan prolongarse.

Todo parece indicar que esa política puede prolongarse, con usted o sin usted, pues los datos demuestran mejoras evidentes en Colombia en el ámbito social, en el económico y, sobre todo, en el de la seguridad. Pero falta mucho. Todos los días la vida pública en un país como Colombia es una sucesión de muchos esfuerzos y pequeños resultados. Y como mil esfuerzos dan un resultado, una vez conseguido hay que emprender otros mil esfuerzos.

Es terrible lo que dice de que la suya es una generación que no ha visto un solo día sin violencia. Que ha vivido sin paz.

Usted nació en Medellín, cuna de escritores, pero ciudad también muy castigada por la violencia. ¿Cómo le marcó esa circunstancia? Lo vuelve a uno muy angustiado por lo que habrán de vivir las nuevas generaciones. La marca que me ha dejado es la preocupación por el futuro de las nuevas generaciones de Colombia.

¿Y el hecho de que su padre muriera a manos de las FARC es un acicate para usted o es ya parte del pasado? ¡Un dolor enorme! Esos martirios nunca se superan, y ese mismo dolor lo han sufrido miles de familias colombianas. El 50% de las familias colombianas han tenido estas circunstancias de dolor, de pena. Por eso, lo que hay que hacer es superar esos fenómenos para que las nuevas generaciones no los tengan que vivir.

Por tanto, para usted quizá ha sido un estímulo para dedicarse a la política, una profesión arriesgada en Colombia. Ha sufrido una veintena de atentados. Unamuno, pensador tan importante de ustedes, decía que el fuego que derrite la manteca templa el acero.

Le confieso que desconocía la cita, y el ministro de Exteriores sonríe desde su rincón. La frase, tan abrupta, ha generado un instante de silencio y reflexión en la salita, y Uribe parece complacido por ello.

Supongo, sin embargo, que de vez en cuando tendrá tentaciones de dejar la política, lo que quizá estén deseando en su familia. Mi carrera pública ha sido un motivo de constante preocupación y angustia para mi familia. Indudablemente. Como para muchas familias de Colombia. La carrera pública de sus seres queridos ha sido motivo de mucha angustia. Esto no es problema de afectación individual. Es un problema que ha maltratado al colectivo colombiano.

Para preparar esta entrevista hablé con colombianos conocedores de la política de su país. A uno de ellos le resultó hilarante preguntar al presidente si la muerte de su padre le había marcado. "En Colombia, todo el mundo ha tenido un pariente asesinado. Eso no le hace a Uribe diferente".

¿Le preocupa que la violencia esté demasiado aceptada en la sociedad colombiana? Eso no es de la sociedad colombiana. Eso fue el estado de ánimo que el liderazgo del país creó. Como no se enfrentaba a la violencia, la ciudadanía se sentía indefensa. Entonces no se advertía una reacción ciudadana contra la violencia. No porque la ciudadanía no la sintiera, sino porque el liderazgo no la orientaba.

De modo que no era o no es insensibilidad, sino el miedo lógico. Es un problema de liderazgo. Cuando la ciudadanía está inmersa en esos problemas se necesitan liderazgos que le ayuden a reaccionar. Podríamos decir que en Colombia, en el pasado, un secuestro más o un secuestro menos no importaban. Yo diría que eso es una percepción inexacta. Lo que pasa es que la ciudadanía no se pronunciaba en la debida forma porque no había un liderazgo que la orientara. Pero eso ha cambiado en Colombia.

¿Es verdad que a los cinco años ya quería ser presidente? Eso son fábulas, leyendas que se tejen. He estado siempre en la vida política. Yo creo que cometí un error y fue el de interesarme por la política aun sin tener uso de razón. Pero lo que a eso se le agregue es leyenda.

¿Y por qué se interesó por la política tan pronto? [Se come otra uva antes de contestar]. En Colombia siempre ha habido participación de mis antepasados en la vida cívica, más que todo, circunscritos a mi región. Después de la violencia entre los partidos, Colombia hizo un Frente Nacional. Lo pactó en el año 57. Empezó a aplicarlo en el año 58 y se celebró un plebiscito, que además de adoptar los acuerdos también reconocía los derechos políticos de la mujer. Mi madre fue en nuestra región líder de ese proceso. Yo había nacido en 1952, el 4 de julio, y de la mano de ella recorrí muchos sitios en su campaña. Ella fue de las primeras mujeres en ser elegida concejal, e inmediatamente, presidente de ese concejo. Ahí tiene narrado algún recuerdo de la primera infancia.

Usted, desde el principio, declaró la guerra al terrorismo de su país y modificó el lenguaje, negándoles la coartada romántica revolucionaria.Sí, porque Colombia ha tenido una democracia operativa, seria y continua y no se puede admitir esta violencia, que además tiene su soporte financiero en el narcotráfico. Una violencia contra la democracia es terrorismo, como lo definen las legislaciones europeas. En América Latina hubo guerrillas contra dictaduras que se legitimaron al denominarlas insurgentes. Insurgencias. En Colombia lo que hemos tenido es un terrorismo narcotraficante contra la democracia.

Y como decía en el almuerzo de hace un rato es el terrorismo más rico del mundo. Claro, algunas guerrillas de América Latina hicieron la paz en el momento en que dejaron de recibir contribuciones de ONG de Europa occidental. Los grupos terroristas de Colombia no han necesitado esas contribuciones porque tienen el negocio del narcotráfico. De ahí la urgencia colombiana de erradicar el narcotráfico. A mí me preocupan los niveles de consumo de Europa. Pienso que Europa va a tener que revisar la política contra el consumo. Creo que es un error en la apreciación política y científica de algunos, al considerar excluyentes la declaración de ilegalidad del consumo con las políticas públicas de prevención y rehabilitación. No son excluyentes. En este momento estamos en una reforma de la Constitución para declarar el consumo ilegal. En un país como Colombia, que tanto ha sufrido, que lucha todos los días contra los cultivos, contra los precursores químicos, contra los laboratorios de droga, contra el tráfico y contra la riqueza ilícita, se llega a la conclusión de que esa lucha puede ser estéril si se mantiene la permisividad sobre el consumo que también hay en Colombia. La mayoría de los países son muy permisivos con la dosis personal. En Colombia usted captura a un narcotraficante y lo tiene que poner en la calle porque la cantidad de droga que lleva en ese momento es una cantidad que se ajusta a la dosis personal, que no está penalizada.

La lucha contra la droga y el antiterrorismo ha sido una constante en Álvaro Uribe. A veces, incluso, con propuestas arriesgadas, como cuando pidió en enero de 2003 a Estados Unidos que realizara un despliegue militar similar al que planeaba para Irak porque en Colombia era donde estaba la auténtica amenaza terrorista. Algunos resultados de su mandato son espectaculares. Desde que Uribe accediera al poder en agosto de 2002, la economía y la inversión extranjera van viento en popa, se han reducido la pobreza (del 56% al 45% en los primeros cuatro años) y el paro (del 20% al 10%), 30.000 paramilitares están en programas de reinserción, según las cifras oficiales, y las FARC han quedado diezmadas, pasando de 20.000 efectivos a 10.000. Las capturas de narcotraficantes son permanentes, y Bogotá es hoy la capital más segura de América Latina, una afirmación que corroboran incluso los más críticos del uribismo, que añaden inmediatamente que Colombia no es sólo Bogotá. El número de homicidios se ha reducido un 40% y el de secuestros, un 80%.

Pero ni tales datos ni su alta popularidad le libran de las sospechas, del escándalo y de las acusaciones más duras. El premio Nobel de la Paz Adolfo Pérez Esquivel ha dicho que Uribe no se merece el mismo galardón porque es un guerrero "al que no le interesa la paz" y "fomenta la guerra y los conflictos". Veintidós parlamentarios uribistas están imputados por el escándalo de la parapolítica (supuestas connivencias entre los políticos y los capos paramilitares). Muchos consideran que la desmovilización de paramilitares se hizo a costa del perdón, sin exigirles cuentas ni compensar a las víctimas. Al ejército colombiano se le acusa de realizar "ejecuciones extrajudiciales", consistentes en abatir supuestamente a inocentes que hacen pasar por terroristas para engrosar el número de capturas, pervirtiendo la finalidad de la política de incentivos puesta en marcha por Uribe. El último escándalo es el del espionaje desde los servicios de inteligencia, el Departamento Administrativo de Seguridad (DAS), a políticos, jueces y periodistas. Una treintena de funcionarios han sido destituidos por ello.

Las organizaciones de derechos humanos denuncian constantemente a Colombia y, aunque Uribe siempre ha logrado salir indemne, claman contra él y su política de seguridad. Según el último informe de la agencia de la ONU ACNUR, se han recuperado dos millones de hectáreas para los desplazados, y el Gobierno está haciendo esfuerzos, pero el número de éstos sigue siendo enorme (hay 800.000 identificados). Otra agencia de la ONU, la UNODC, ha detectado, además, un aumento de los cultivos de coca a partir de 2006, si bien los niveles siguen estando muy por debajo de los registrados en los años noventa. Los demócratas de Estados Unidos, ahora en el poder, rechazan un Tratado de Libre Comercio con Colombia por la muerte de sindicalistas colombianos del campo. Comisiones Obreras de España ha clamado contra el Premio Cortes de Cádiz a la libertad, recientemente otorgado a Uribe, porque "tres de cada cuatro sindicalistas asesinados en el mundo son de Colombia".

Frente a todo ello, Uribe es implacable y desafiante. A las acusaciones más graves, el presidente colombiano responde con réplicas de parecido calibre, y a alguno de los periodistas que le ha planteado cuestiones espinosas lo ha descalificado. A un reportero de Newsweek, en 2002, le acusó de repetir calumnias contra él y cortó abruptamente la entrevista.

Quizá el problema más importante que persiste en Colombia es el de la corrupción. No sé si usted opina de la misma manera. El escándalo de la parapolítica, ahora el espionaje a los políticos... [Interrumpe]. Empiezo por lo general. Creo que hay una gran conciencia en el país para derrotar la corrupción. Por ejemplo, en materia de contratación. Nuestro Gobierno ha introducido una legislación que le da todas las instancias de participación a la opinión pública. Usted no puede ahora en Colombia adjudicar un contrato sin una audiencia de participación de opinión. Nuestro Gobierno ha estimulado la capacidad de denuncia, la confianza de los colombianos en denunciar. Eso facilita la lucha contra la corrupción y la lucha por la transparencia. Se ha desmontado el paramilitarismo. ¿Quién iba a pensar hace unos pocos años que 13 o 14 jefes paramilitares de la mayor importancia estuvieran en cárceles en Estados Unidos extraditados? En Colombia se avanza en una política muy ambiciosa para confiscar la riqueza adquirida ilícitamente. Claro, hay debate todos los días y acusaciones todos los días.

Sí, la crispación política en Colombia es tremenda. Yo diría que Colombia tiene hoy más debate político que confrontación social, y ése es un motivo de orgullo para nuestro Gobierno, que, enfrentando el mayor desafío terrorista, se le ha dado garantías al debate político. Muchos opositores (a mis tesis) que se habían ido al extranjero hoy están viviendo en el país con comodidades, protegidos por la seguridad democrática de nuestro Gobierno y ejerciendo plenamente sus libertades.

Pero hay problemas, como las ejecuciones extrajudiciales, que pueden parecer efectos colaterales de una política que probablemente necesita ajustes. ¿Qué hacer contra ello? [Levanta muchísimo la voz]. Las personas responsables de esos delitos están en la cárcel. A las fuerzas armadas de Colombia este Gobierno les ha exigido desde el primer momento credibilidad, que es lo único que le da sostenibilidad a una política de seguridad ante la opinión pública, y Colombia es una democracia de opinión. Y esa credibilidad debe reposar en dos principios: la eficacia y la transparencia. Y así como le damos todo el cariño a las fuerzas armadas, también por su prestigio y buen nombre tenemos toda la severidad. Cuando alguno de sus miembros comete una violación de los derechos humanos... Pero, mire [grita aún más], esas violaciones se castigan y los responsables van a la cárcel. Y le voy a decir al periódico EL PAÍS de España algo que no se le ha dicho a la comunidad internacional: la inmensa mayoría de las denuncias no han tenido soporte. Para tratar de mantenerse en la impunidad, el terrorismo acusa a las fuerzas militares y de policía de ejecuciones extrajudiciales. Cada ocasión en que las fuerzas abaten a un terrorista se denuncia una ejecución extrajudicial. El Gobierno y la justicia sancionan los casos que tienen soporte. Este Gobierno ha hecho los movimientos más importantes para trasladar competencias de la justicia militar a la ordinaria. Pero también el presidente de la República está obligado a denunciar cómo la gran mayoría de esos casos carecen de soporte y está obligado a decir cómo muchas personas amigas del terrorismo defienden el terrorismo acusando a las fuerzas armadas de violación de derechos humanos.

En noviembre pasado, de hecho, hubo una purga en el ejército de 27 oficiales y suboficiales. Permanentemente. Eso se remonta al principio del Gobierno y hay una constante en mi Administración: apoyo a las fuerzas armadas y rigurosidad para que sean transparentes.

La cinta del magnetofón de César Mauricio Velásquez se detiene emitiendo un ruido sordo. Llevamos sólo 22 minutos hablando, pero el portavoz da por terminada la entrevista. Andan muy mal de tiempo, abunda el canciller. Les digo que aún no he planteado ni la mitad de mis preguntas. De hecho, habíamos acordado 50 minutos de conversación. Uribe intercede: "Hágame una preguntica última, a ver, querida".

Tenía tantas que hacerle... Dígame al menos cómo van las relaciones con la Administración de Obama. Las ejecuciones extrajudiciales y la violación de derechos humanos tienen una gran trascendencia en sus relaciones con Washington. Lo grave sería que Colombia no tuviera capacidad de denunciar, y la capacidad de denunciar la han recuperado los colombianos gracias a la seguridad. Lo grave sería que Colombia no tuviera capacidad de castigar. Lo grave sería que Colombia no tuviera capacidad de enfrentar a los terroristas, y está demostrando toda su capacidad de enfrentarlos. Con el nuevo Gobierno de EE UU hay las mejores relaciones y hemos recibido todas las manifestaciones de seguir trabajando conjuntamente, porque EE UU nos ha dado un apoyo práctico que agradecemos en la lucha contra el terrorismo. [Se pone de pie para despedirse].

Usted ya ha tenido una reunión primera con Obama. Y con muchos integrantes de su Gobierno. Estados Unidos ha tenido una vieja alianza con Colombia que los colombianos valoramos mucho.

Recogiendo mis cosas y antes de que me acompañen a la puerta con prisas y sonrisas, le digo que hay quien lo define como trabajador tenaz, aunque también terco, lo que es más peyorativo. Y entonces regala a la audiencia un último guiño: "Yo no tengo sino dos cualidades: amo a mi patria y soy perseverante. Queda autorizada para que en lugar de perseverante, por su cuenta, escriba terco".

¿A caballo hacia un tercer mandato?

Álvaro Uribe es hijo de un terrateniente de Antioquia y una concejal comprometida con los derechos de las mujeres. Primogénito de cinco hermanos, estudió Derecho y es diplomado en Administración y Gerencia por Harvard y Oxford, pero se dedicó a la política siendo aún muy joven. Logró ser senador por el Partido Liberal y gobernador del departamento de Antioquia. Las victorias electorales y las acusaciones contra él son constantes en su trayectoria política. Ya en los primeros años de su carrera se le señaló por presuntas connivencias con los paramilitares. A pesar de las múltiples acusaciones de que ha sido objeto, ganó como independiente las elecciones presidenciales de 2002 en primera vuelta con el 53,1% de los votos y barrió en 2006 con el 60%. Es el primer presidente de Colombia que repite mandato, y aún nadie descarta que se presente a un tercero el próximo año. La llamada �seguridad democrática� es su bandera. Sobre la violencia que sufre su país proclamó al principio: �Esto no es un conflicto. Son 40 años de tortura de unos terroristas�.Es un hábil jinete, capaz de montar a caballo con una taza de café en la mano y no derramar ni una gota. Es un hombre muy religioso, madrugador, infatigable y tenaz, además de poseer una memoria portentosa. Tiene en la cabeza todas las estadísticas de su país. Respaldo al ejército. Álvaro Uribe ha reforzado las capacidades operativas del ejército colombiano. En la foto, a caballo el Día de las Fuerzas Armadas en una escuela militar de Bogotá.

¿No deberíamos cantarle a la esperanza del alba?