domingo, 3 de agosto de 2008

Nuevo regreso a las raíces chinas



La crisis de identidad ocasionada por 30 años de inmersión acelerada en la globalización, empuja a China a mirar con ojos nuevos a su tradición cultura

Rafael Poch | Pekín. (Corresponsal de La Vanguardia-España, en China)

Nada caracteriza mejor el momento cultural de China como un cierto regreso a la tradición, señalan aquí diferentes observadores del mundo del arte y la literatura. Desde sus orígenes a principios del siglo pasado, la literatura moderna china mantuvo una visión ferozmente crítica hacia la cultura tradicional, por su carácter elitista e incompatible con la modernización. Esa actitud abarcaba al propio idioma chino clásico, de una gran complejidad, que condenaba al analfabetismo a la gente común. Todo eso se institucionalizó durante el maoísmo, cuando se derribaba directamente la antigua cultura "decadente"… Pues bien, desde hace unos diez años en China se asiste a un fenómeno completamente nuevo; una búsqueda de identidad que revisa aquella tradición antes denostada.

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Eso está ocurriendo, tanto en la literatura, como en el pensamiento y en las artes plásticas. Incluso el entretenimiento, aunque sea mediante groseras y comerciales formulas hollywoodescas, refleja un gusto hacia las producciones épicas ambientadas en la antigüedad y en las formas chinas. 

Este fenómeno es también una consecuencia directa de la apertura por Deng Xiaoping, una reacción a los últimos treinta años, explica el Profesor Chen Zhongyi, Director del Instituto de Literatura de la Academia de Ciencias Sociales China y experto en literatura comparada. 

En los últimos treinta años, China absorbió a chorro la influencia foránea global. La libertad de pensamiento y enseñanza es prácticamente completa –si se excluyen los desafíos frontales, directos y estridentes al régimen, tan populares en los medios de comunicación occidentales. En literatura, en filosofía y ciencias sociales, la China culta dispone de los medios para estar al día de todo. La literatura occidental (anglosajona, alemana, francesa e hispana) se traduce "a tiempo real", lo que en el ámbito literario hispano significa que hasta autores menores (Arturo Pérez Reverte o Rosa Montero, por ejemplo) han sido traducidos, o son conocidos por la minoría interesada en ellos. 

No hay un problema de medios, ni de falta de libertad, ni de desconocimiento del mundo en el momento chino. En general, la gente culta de China no es más ignorante de la cultura y los idiomas occidentales que sus homólogos occidentales respecto de la cultura y la lengua china. Aunque hay un déficit en humanidades –resultado del énfasis que el desarrollismo puso en lo técnico- , las universidades chinas, como las japonesas, forman anualmente a centenares de miles de estudiantes que dominan las dos claves culturales, la suya asiática y la occidental/global, que también ha llegado a ser "suya", lo que les da cierta ventaja. La crisis que expresa la actual situación tiene que ver con ese contexto. 

"Después de sumergirnos en la globalización, ha surgido la pregunta, ¿quiénes somos?", dice Cheng Zhongyi. Para eso no ha habido más remedio que mirar hacia atrás de una forma más tranquila y sosegada. 

La publicaciones de referencia intelectual, como "Dushu" ("leer") o "Tianya" ("fronteras") llevan años revisando la tradición clásica y buscando en ella respuestas a la crisis global. Para asombro de muchos, a la hora de reemplazar el comunismo como ideal, China se sumerge ahora menos en la democracia liberal occidental, como se hacía en los ochenta, que en la vieja y venerable tradición confucionista. "Eso es lo que inspira a los dirigentes", dice el canadiense Daniel Bell, Profesor de ciencia Política en la Universidad Tsinghua de Pekín. 

El "nuevo confucionismo" chino, como el renacer budista, son dos de las grandes noticias del momento cultural de este país. Bell distingue un "confucionismo político", otro "universitario", otro "conservador y oficialista", otro "liberal" y hasta uno "de izquierdas". Hay también un "confucionismo popular" de divulgación, que es el que explica que el libro de la Profesora Yu Dan, ("Conversaciones con Confucio") haya vendido seis millones de ejemplares. 

En literatura, dos novelas expresan la nueva mirada a la tradición. Una es "Vida y muerte cansadas" ("Sheng Sipi Lao") de Mo Yan, un sólido y consagrado escritor, que describe las seis reencarnaciones budistas de un latifundista fusilado por los comunistas en 1949, que luego es caballo, vaca, burro y mono, antes de volver a ser persona en la China de la apertura, cuando su sexta reencarnación vuelve a acaparar tierra, una especie de regreso al origen en una situación completamente diferente. Otra es "Vida agitada" ("Shouhuo"), de Yan Lianke (1958), un escritor de la provincia de Henan. La novela describe la comunidad de un pueblo, compuesta por niños, ancianos e inválidos - porque los jóvenes y capaces se han ido a trabajar a la ciudad- que, ante las noticias de que en Rusia se disponen a echar a Lenin del mausoleo de la Plaza Roja, deciden comprar el cadáver y construir un mausoleo en una montaña de su distrito para atraer turistas… Yan Lianke es autor de otra novela, "El sueño de la aldea Ding", que trata el tema de la gran y deficiente campaña de donación de sangre que extendió el Sida en Henan, y ha sido medio prohibida. 

El anhelo de salvaguardar la tradición va de la mano con la preocupación sobre cómo asimilar lo bueno de la globalización. La solución que se insinúa es, "una tercera vía entre el nacionalismo y la americanización", dice Chen. 

Para el Profesor Dong Yansheng, de la Universidad de Estudios Extranjeros de Pekín, el actual vigor de la literatura china es, "mas cuantitativo que cualitativo". "Aun estamos muy lejos de una literatura sólida e importante, en el sentido de expresar los anhelos humanos de la época", dice. La razón, dice, es política. "Es verdad que hay mucha libertad, pero mentalmente los escritores aun sufren la resaca del dogmatismo y la servidumbre, porque sigue habiendo coerción y censura, lo que es sumamente molesto", dice Dong, traductor del Quijote al chino. 

"Cuando publicas un libro, los editores aun se fijan mucho en los aspectos sensibles, lo que es inadmisible para una labor normal de creación". El propio Yan Lianke se lamenta de que su novela sobre el Sida en Henan fue castigada, pese a que él se la había autocensurado, lo que le produjo mucha amargura, confiesa. "Nos tratan como a niños, de acuerdo a la tradición clásica en la que los que mandaban eran, según la terminología china, "funcionarios paternales" y los sujetos "hijos súbditos", dice Dong. Pero dicho esto, el Profesor concluye su perorata con una reflexión que matiza su protesta; "…aunque, este miedo de las autoridades, no sé, quizá tengan algo de razón… Este es un país tan complicado y con tantos problemas acumulados, que cualquier traspiés nos podría conducir a un colapso irremediable, la estabilidad es fundamental…, pero es que ¡no me gusta nada el control!". 

Los autores nacidos en los setenta y en los ochenta, muy metidos en Internet, han creado más efímeros "productos de mercado" que literatura, independientemente de los ejemplares vendidos, pero algunos críticos los incluyen en la lista del momento literario chino. Se cita a autores como Han Han, que describe la vida de los adolescentes en Shanghai, Guo Jingmin y las escritoras Wei Hui ("Shanghai Baby") y Mian Mian. 

Dong ni siquiera concede que el actual vigor pueda germinar en mejores calidades en el futuro; "lo que nos depare el futuro, simplemente, no lo sabemos y depende de muchas cosas", dice. Las novelas chinas mas notables que destaca, son ambas de los años noventa; "Bai Lu Yuan" ("La llanura del ciervo blanco"), una saga generacional que arranca en la China imperial y concluye en 1949, con la victoria de la revolución, y "El último huno", de Gao Jianqun. 

En artes plásticas, si los ochenta fueron etapa "auténtica", en el sentido de poco comercial y de gran fascinación por Occidente, a partir de los noventa los artistas comenzaron a desarrollar su propio estilo, combinando elementos tradicionales chinos y occidentales, explica Na Risong, galerista independiente del dinámico distrito artístico pekinés de Dashanzi, que significa siete/nueve/ocho. Dashanzi era una zona industrial del noreste de Pekín que fue paulatinamente ocupada por artistas. En ella el arte moderno y la sofisticación aun conviven con la industria y los trabajadores de cuello azul en un mismo espacio, algo sin parangón en Occidente. 

"La mayoría de los artistas chinos están muy influidos por el arte y la filosofía occidentales, pero se han formado en academias chinas donde lo primero que se les enseña son las bellas artes tradicionales chinas, así que su base es tradicional", dice Na Risong, que patrocina una interesante exposición de fotografía en el "Inter Art Center" de Dashanzi. Su título es "Conversación 2008", y conjuga obras de fotógrafos clásicos y conceptuales que hasta hace poco colisionaban. "Ahora coexisten pacíficamente y hasta se abrazan con pasión", dice. La exposición incluye desde fotos de la Revolución Cultural, y retratos de la realidad social china (minorías étnicas, centros siquiátricos, critica urbana) hasta montajes electrónicos de fotografía artística contemporánea. 

Pese a las criticas sobre su comercialización y pérdida de autenticidad, Dashanzhi sigue siendo irremplazable en Pekín, dice Na. La tendencia de los tutores estatales del recinto, deja mucho que desear, la decoración tiende a crear una especie de centro comercial, pero, "si visitas la ciudad, además de la Gran Muralla y la Ciudad Prohibida, ya hay que venir aquí", considera el galerista. 

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