viernes, 5 de septiembre de 2008

EL MIEDO SOCIAL


Claudia Korol

Existe un discurso, más propio de la izquierda, que se sostiene en el heroísmo individual, de seres que aparentemente nunca experimentaron miedo, resulta funcional –a pesar de que no es éste el sentido con el que se realiza- al debilitamiento de la capacidad de respuesta. Una historia escrita en clave de héroes y mártires, vuelve compleja la participación humanizada en la misma de quienes quedamos fuera del catálogo. Si sentimos miedo, si nos angustiamos, no "entramos" en esa versión épica de las revoluciones ciertas o inciertas, y nos culpabilizamos por ello, o bien buscamos un atajo para tranquilizarnos y dedicar nuestra energía a asuntos en los que el riesgo resulte menor, o se crea menor. Entonces, al tiempo que se debilita la capacidad de acción colectiva y solidaria, no se evita que los efectos del terror continúen amenazantes, más aún en quienes no han logrado sostener sus deseos en cuerpos sociales con capacidad de cuidarlos y hacerlos posibles.

Es necesario entonces reconocer que el miedo existe. Que hay un miedo construido desde el poder, y cultivado por el silencio de quienes no nos animamos a plantearlo como un problema a resolver, tanto como el hambre, o la falta de trabajo, o el analfabetismo.

En este momento, cuando hay políticas que vuelven a intentar atemorizarnos, es importante hablar en voz alta del miedo, del tuyo, del mío, de los miedos. Del miedo al dolor, del miedo a la muerte, del miedo a vivir sin creer en lo que hacemos, del miedo a creer en lo que nos dicen, del miedo a decir, del miedo a callar, del miedo a perder el trabajo, del miedo a cambiar, del miedo a acostumbrarse, del miedo a la complicidad, del miedo a la soledad, del miedo a la multitud, del miedo a rendirse, del miedo al miedo. Es necesario identificarlos, para poder desafiarlos.

Que el miedo exista, no significa que las escenas que éste multiplica y amplifica, tengan la dimensión con que éstas se presentan bajo su lente. El miedo distorsiona las imágenes y la propia realidad. Si miramos los hechos más cercanos de la actual realidad, veremos que el “miedo social " fue el mecanismo desatado por quienes se sintieron amenazados ante la proximidad de los juicios que están en marcha, para juzgar y condenar a los asesinos que realizaron crímenes de lesa humanidad.

No es sólo el temor que pueden sentir determinados sujetos, frente a la posibilidad concreta de terminar sus días en cárceles comunes que -como ellos bien saben-, son lugares donde lo más que se puede hacer es sobrevivir en condiciones de inhumanidad. (Son precisamente las cárceles que ellos crearon, las que manejaron o manejan todavía, en las que reinan la impunidad y el terror). No es sólo el rechazo a terminar sus días no como héroes de Malvinas, como los nombrara a algunos de ellos Alfonsín, o como héroes de la lucha contra la subversión, como los reconocen quienes en estos días se juntaron en Plaza San Martín con la bendición de Bergoglio. Es el sinsabor de terminar sus días considerados como lo que son: criminales, y bebiendo el sabor amargo de su propio jarabe... los centros no clandestinos de detención, en los que hasta hoy sólo cabían los pobres, los miserables, los ladrones de gallinas, las mujeres desamparadas, y quienes luchamos por cambiar al mundo.

La reacción –la ola de amenazas y agresiones perversas contra ex detenidos desaparecidos y sus familiares- no es sólo una respuesta individual o corporativa. Es también la respuesta de un sistema que debe sostenerse en el mediano y en el largo plazo, contando para ello con fuerzas represivas capaces de "obedecer sin culpas ni cuestionamientos", cuando el capital manda reestablecer el orden. Son las fuerzas que ponen sus condiciones: no se trata hoy de "limpiar el aparato represivo", para mañana volver a recurrir a ellos como si nada hubiera pasado.

Lo que se está realizando entonces, es un pulso en el que se juega quién detenta el monopolio de la violencia, los límites de la misma, y qué poder tiene cada fracción del bloque dominante a la hora del disciplinamiento social. La pelea es entre ellos, pero los rehenes de este pulso, volvemos a ser quienes continuamos la lucha, quienes no fuimos desmovilizados por la sucesión de actos de terror, quienes seguimos apostando a la respuesta colectiva frente a cualquier injusticia, quienes no multiplicamos el doble discurso que se autovictimiza.

Entonces ¿qué hacemos con el miedo?

Una posibilidad sería que lo tratemos como a un viejo conocido de algunos, un nuevo conocido para los más jóvenes. Y que mirándolo a la cara le digamos, juntos y juntas, que a pesar de él y contra él, seguimos escribiendo la historia con la pasión y el amor de siempre. Que lo reconocemos cuando nos toca, y que sin embargo no nos va paralizar, si logramos sacarlo a codazos, los fantasmas se disuelven en la fuerza de la respuesta colectiva. Que ya sabemos que se esconde y busca amparo en los recovecos de nuestra soledad. Y por lo tanto haremos lo posible para no estar solos, y sobre todo para que nadie se sienta solo o sola, para que funcionen nuestras redes solidarias, los llamados telefónicos amistosos, la mano tendida, el abrazo, la marcha colectiva, el acompañamiento a quien lo necesita. Le diremos al miedo que lo conocemos. Y que lo llamaremos por su nombre cada vez que aparezca. No para consagrarlo, sino para marcarlo como cómplice de quienes nos quieren asustados, aislados, sufriendo pesadillas de las que no podemos despertar.

¿Qué haremos con el miedo? Desprivatizarlo, desmitificarlo, desordenarlo, desautorizarlo, no tenerle miedo, por ahora. Hasta que logremos ponerlo en retirada, no con un acto heroico, sino con la fuerza colectiva que nace del encuentro de nuestras miradas, nuestras voces, nuestro deseo, en la ancestral búsqueda cotidiana de la libertad, y de un mundo en el que valga la pena vivir, enfrentando al miedo, y a todas las otras caras perversas del poder. 

No hay comentarios: