martes, 23 de septiembre de 2008

"TODAVÍA SOMOS INVISIBLES"


Muy a tono con las equivocaciones geográficas de uno de los candidatos a la presidencia de Estados Unidos, les propongo esta entrevista con el Premio Pulitzer de este año. Ahí se la dejo.

El ganador del Pulitzer 2008 es este dominicano de nacimiento, dueño de una prosa inédita en su complejidad que ha logrado en La maravillosa vida breve de Oscar Wao, la novela premiada, el emergente cabal de una nueva cultura estadounidense en la que los hispanos tienen el protagónico. Reconoce las resistencias que enfrenta esta cultura híbrida, revela su simpatía por Barack Obama y el calvario que vivió durante los once años que se pasó escribiendo esta obra, claro ejemplo de los límites difusos entre un artista y un escritor corriente.

Aunque su historia se parece a la de muchos otros hombres, su primera novela, La maravillosa vida breve de Oscar Wao, no se parece a ninguna otra novela. Junot Díaz (Santo Domingo, 1968) tenía seis años cuando se trasladó con su familia a Nueva Jersey escapando del horror de la dictadura de Trujillo. Poco después su padre los abandonó, murió uno de los hermanos y la madre y cuatro hijos vivieron llanamente en la pobreza, escuchando durante años de tercera mano los sufrimientos de los familiares en la República Dominicana.

Con dificultad, Junot aprendió inglés, se refugió en la lectura y allí encontró lo que sería su razón de vivir: “Me angustiaba pensar que iba a morirme y nadie se iba a enterar de la vida que mis amigos y yo habíamos vivido”. Estas aventuras encontraron asilo en las páginas de Drown (1996), un libro de relatos que causó cierto revuelo en el anquilosado realismo de la narrativa norteamericana, de mano de un hispano que ya había pasado por dos universidades (Rutgers y Cornell), y tenía espacio en las codiciadas páginas de la revista New Yorker.

Como si su vida dependiera de ello, once años después publicó a principios de 2008 su siguiente libro. La maravillosa vida breve de Oscar Wao, la novela que no se parece a ninguna otra. La que en su afán de capturar la locura que describe, usa tantas voces narrativas como referencias a géneros disparatados, del punk rock al realismo mágico, y del melodrama a los guiños posmodernos, y que acabó por llevarse el Pulitzer de ficción de este año, quizás el premio más importante de las letras de Estados Unidos.

En un español algo atrofiado, Junot desanda el camino y se apoya en el inglés para ser preciso o elegante, a lo largo de la conversación. Su madre, explica, pertenece al “old world”. Es decir, no tiene computadora ni sabría cómo usarla. Por esa razón fueron sus amigos los que por teléfono le informaron que era suyo el Pulitzer, cuando se encontraba de visita en su casa. Aunque no hubo exaltación: “Cuando uno recibe un premio como éste, te puede cambiar la vida o quizá no te hace nada y yo aún no advierto qué me ha producido. Claro que me sentí feliz, pero celebrar por un premio es algo medio extraño para mi familia”, advierte.

Oscar de León, el protagonista, es un muchacho tímido afecto a las historias de ciencia ficción y todo el espectro de la cultura popular que pudiera mantenerlo a salvo del rol de latin lover imperante. El también tiene una familia, aunque aquí, a medida que se deja atrás la biografía para pasar a la ficción, comienzan las sutilezas. “La familia de León es totalmente inventada, no tiene nada que ver con mi vida. Todo lo que he hecho, todas las diabluras que pasan en la novela, las tuve que pensar. Quería escribir una novela sobre el trujillato, pero una que no tuviera nada que ver con la dictadura también. Quería escribir una novela sobre un nerd radicado en Estados Unidos, y sobre las mujeres en su vida: sus nanas, sus mamás, sus enamoradas. Empecé con esas ideas. Además, quería una novela que cambiara su forma en cada capítulo –digo yo– de una manera impresionante.

¿Esa complejidad de la novela permite diferentes niveles de lectura o es muy excluyente, muy culta?
JUNOT DIAZ: Toda novela que vale la pena tiene diferentes niveles. Esta novela puedes leerla tranquilito, de la primera página hasta la última sin pensarlo mucho, como dicen en inglés, “a quick read”. Pero también puedes entrar como en un laberinto y perderte. Claro, hay libros que son muy complejos y uno no los puede leer lightly, uno tiene que bregar. Pero ésta es una novela con varios niveles y eso fue a propósito.

¿También es deliberado el registro coloquial?

J.D.: Ahí creo que el lector goza más que el escritor. Porque para escribir una novela de esta manera, eso me costó muchísimo trabajo. Aunque suena muy libre, muy callejero y natural, todo esto es un artefacto. Tenía que construir estas oraciones palabra a palabra. Si bien se ve como una cosa con mucha energía y alegría, esto fue un trabajo de alguien que corta diamantes.

¿Por eso tardó once años en terminarlo?

J.D.: Fueron once años metido en una lucha, por un solo libro: eso fue una locura. Esta novela me dio muchos problemas. Aunque lo entiendo, no puedo explicar cómo y por qué duré más de una década absorbido por un libro. Es una cosa muy curiosa, muy misteriosa.

Hay escritores que se proyectan como autor de un solo y gran relato. Otros publican poco para hacerlo conformes con el resultado. ¿Tiene esto algo que ver con su proyecto de escritura?

J.D.: No creo que uno pueda elegir su ritmo. Cuando te toca ese ritmo, ese nivel de producción, después tratas de explicarlo, de construir una narrativa. Hay gente que dice “Yo voy a escribir un libro cada cinco años”, o “Yo voy a escribir un libro cada tres meses”. No tengo esa clase de dictadura en los procesos: los libros me dominan a mí, no yo a ellos.

¿La publicación de la obra fue una especie de alivio?

J.D.: Imagínate cómo te desahoga, mujer, después de once años en un trabajo. Eso vuelve loco a cualquiera. Cuando lo finalicé, lo publicaron y recibí estos premios, me dije “Bueno, por fin terminé esta vaina”. Me sentí como alguien que le habían quitado un brazo o una pierna. Por fin me siento más normal. No sé cómo decirlo: me siento más vivo, menos deprimido, con menos presión.

Después de tanto empeño en cada oración, de un trabajo tan arduo, ¿cómo considera la escritura casi instantánea y la auto-publicación a partir de la difusión de internet?

J.D.: Es que ya vivimos bajo un ritmo muy cruel. Todo es demasiado vertiginoso. Entonces, el que dura una semana construyendo una oración es un loco. Creo que en esta rapidez que se generó por internet o los blogs hay muchos aspectos interesantes, pero también se han dañado otros. En una novela hay cosas que puedes lograr por trabajar diez años que no logras en seis meses, aunque puedas escribir una novela buenísima. Ciertas voces recién se logran luego de cinco o seis años de silencios que son muy importantes, y las necesitamos. Con esta vaina de todo apresurado vamos a perder esta voz, porque vamos a dejar de escucharla.

¿Cómo aparece la saga de El señor de los anillos en este proceso?

J.D.: Mi obsesión durante esos once años fue esta novela y tuve claro que iba a contaminar a mi pobre protagonista con ese mismo nivel de manía. Y esa obsesión fue El señor de los anillos, un grupo de libros que hablaba mucho de las dictaduras, de cómo uno puede sobrevivir un poder tan fuerte, tan cruel, tan tenebroso como la dictadura de Trujillo. Había muchos paralelos y por eso lo utilicé.

¿Dónde cree que reside el atractivo de estas historias épicas al punto de transformarse en una obsesión para los niños?

J.D.: Bueno, imagínate que un mundo nuevo, un mundo con monstruos y muy simple, donde los malos son malos y los buenos son buenos, donde la vaina no es tan complicada. En el mundo real, muchas veces nuestros mejores amigos son los peores enemigos que tenemos. Y para un muchacho que se está dando cuenta de esa complejidad, de lo fuerte que es el mundo, un libro como El señor de los anillos es muy atractivo. Porque este tipo de textos ponen a la vida y al mundo mucho más simple.

Al mismo tiempo, se suma a la novela todo el imaginario mitológico del Caribe. ¿Cómo llegó a unir esos mundos?

J.D.: Mezclar El señor de los anillos con esta historia dominicana para mí fue algo más o menos orgánico, natural. Tienen muchos paralelos, cosas parecidas. Tratar de explicarlo más profundamente es difícil. Como escritor, elijo por intuición muchas de mis estrategias. Es algo que no entiendo bien pero lo hago porque me llama la atención, porque reconozco que tiene poder.

El Mundo Nuevo

Paradójicamente, lo que no es sencillo de explicar para Junot Díaz esconde una multitud de aristas que hacen de su imaginario tan particular como “complicado”, como él mismo lo define. Pero este nivel de complejidad que abraza a su obra y a sus ideas, en cambio y en definitiva, ofrece una claridad reveladora sobre el mundo en sus coordenadas de tiempo y espacio. Así, parece un visionario que, como el Replicante de Blade Runner, dijera: “He visto cosas que ustedes, humanos, no podrán nunca imaginar”.

Así sucede con su defensa de la teoría que ubica al Caribe en el centro del mundo tal como lo conocemos desde 1492: “Hay muchas personas que no conocen bien la historia de cómo nosotros, como civilización, hemos llegado a ese punto. Y eso tiene mucho que ver con el Caribe, con el descubrimiento del Mundo Nuevo. Este proyecto de los europeos, que empezó en el Caribe, fue el núcleo de lo que nosotros llamamos el Mundo Nuevo, la civilización moderna. Entonces surgió ese proyecto de esclavitud, de dominar la tierra, de usar el ambiente de esa manera tan cruel, esas relaciones entre diferentes grupos de seres humanos; y también esa idea que uno puede armar todas esas diabluras aunque asimismo existe un discurso muy lindo que oculta todos estos crímenes. Lo veo como el primer capítulo de lo que nosotros llamamos el Mundo Nuevo. No obstante, pese a que vivas en la India, en Rusia, seas inglés o africano, ese descubrimiento del Caribe, todo este abuso y todas las cosas nuevas que salieron tienen mucho que ver contigo, aunque no lo creas. Las relaciones humanas toditas cambiaron con lo que pasó ahí, hasta lo que nosotros comemos; las cocinas del mundo cambiaron por esto; las ideas, cómo nosotros vemos la filosofía. Los grandes cerebros del mundo lo dicen, pero a veces la gente se olvida que este mundo, esta actualidad que nosotros vivimos empezó en el Caribe”.

¿De allí nace también la idea de que todos somos inmigrantes?

J.D.: Si hay una cosa que todos los seres humanos tenemos en común es ese movimiento. Si pensamos en comunidades, todos hemos salido de un lugar a otro, toditos somos inmigrantes. Entonces, son pocas las personas en este planeta que pueden decir que no, que la gente de ellos nació en este lugarcito y se quedaron aquí, y no conocen nada afuera de esto. El de una comunidad que nunca ha viajado es un gran sueño. El pueblo norteamericano sobrevive, y vive muy bien, del trabajo de los inmigrantes, y esa labor no es reconocida. Entonces no sé cómo un pueblo se puede entender sin enfrentarse con esa actualidad, que todo el pueblo vive muy bien de los sacrificios del trabajo de los inmigrantes. Y aunque muchos inmigrantes rechazan esa experiencia, que nada más quieren convertirse de una vez en gringos, y dicen “Yo no quiero pensar mucho en lo que he sufrido, en lo que me he sacrificado, sólo quiero agradecer a este país”. De veras, ser inmigrante te da un punto de vista muy interesante, muy nuevo, muy complicado y también muy útil. Este punto es necesario para todos los pueblos. Pero las sociedades no quieren reconocer que es un grupo de extranjeros, un grupo de gente pobre que no habla bien el idioma, el que está ayudando al país.

En este momento, el tema de la inmigración está muy presente en los medios, ¿qué sensación le produce la manera en que se trata la cuestión e incluso cómo se usa la palabra?

J.D.: No creo que sorprenda a nadie que el tema de la inmigración en Estados Unidos sea un discurso político que oculta otros problemas. El nivel de conversación es muy malo: cuando hablan de la inmigración se hace de un modo muy racista y xenofóbico, que ha hecho mucho daño. Siempre es una conversación de dos gringos hablando de inmigrantes. Lo mismo he visto en España: casi nunca se le da la oportunidad a esos inmigrantes de representar su punto de vista y de iluminar la manera en que ellos han ayudado al pueblo. En Europa, esta histeria con la inmigración no ha ayudado ni a los pueblos ni a la política. Cuando tienes al pueblo con mucho miedo o con mucho odio contra los inmigrantes, ¿a quién va a ayudar eso? A nadie, porque siguen necesitando a los inmigrantes para sobrevivir, para crecer, cuando los inmigrantes siguen haciendo su trabajo sucio y difícil, ¿verdad? Y muy mal pagado. La única gente que gana con ese discurso es la gente rica, los políticos, que quieren encubrir los otros problemas que tiene el pueblo.

Imagino que después de tantos años ya tiene la nacionalidad estadounidense.

J.D.: Claro. Yo la recibí hace un par de años. Fue algo que hice muy tarde.

¿Está habilitado para votar?

J.D.: Claro, voto cada par de años.

¿Nos puede contar su inclinación para las próximas elecciones?

J.D.: ¡Oh, diablos! ¡Es una cosa muy delicada! Voy a votar por Obama, aunque te digo una cosa: lo voto a él pero es un candidato muy centrest, muy céntrico. Todavía no hemos tenido un candidato que valga la pena, que sea izquierdista-izquierdista. Obama es buenísimo, pero es un center.

Tener attitude

En estos días está lanzándose la versión en español de la novela, ¿qué tan conforme quedó con el trabajo de traducción?

J.D.: Con cada traducción uno pierde alguna cosa. A mí me gustó mucho el trabajo que han hecho: quedé contento, no tengo ninguna queja.

¿Es verdad que hay un uso más extendido del español, más términos o referencias en la versión original en inglés que en otros relatos suyos?

J.D.: En realidad no los he contado, pero me lo han dicho.

¿Y eso tiene que ver con la presencia más fuerte del idioma en Estados Unidos?

J.D.: No, no puedo decir eso. Cada proyecto tiene su musiquita, por eso en esta novela había mucho más español. Pero no creo que tenga que ver con cómo ha cambiado la presencia hispana en Estados Unidos. Fue que este proyecto necesitaba esto.

¿Pero puede observar una avanzada del español en la vida cotidiana?

J.D.: En los últimos diez años el país ha cambiado mucho. Hay latinos donde sea. Tú te puedes meter en Iowa y hay un montón de mexicanos, puedes poner un carrito en la otra costa y se ven comunidades también. Claro, Estados Unidos se ha latinizado de una manera impresionante. Pero también puedes sentarte a ver dos o tres horas la televisión y no encuentras ni una cara latina, ni oyes una palabra en español. Es una cosa muy interesante: aunque hay muchos más cuerpos, la presencia hispana no se ve. Todavía somos medio invisibles. Y eso da miedo, porque tú dices “Coño, pero nosotros estamos aquí, ¿por qué no nos quieren reconocer?”.

¿Esta situación le parece irreversible?

J.D.: Todavía tengo fe, tengo esperanzas de que las cosas vayan a cambiar. No quiero que este país se convierta en Sudáfrica, que tengamos una mayoría latina y los liderazgos y toda la gente con poder sean blanquitos y ni quieran reconocer esta población, ni darles nada de poder. Eso no lo deseo. Quiero ver un Estados Unidos que esté cómodo y que quiera enfrentar la dualidad latina que está presente en el país. Reconocerla y también que le quiera agradecer.
 

Texto: Marcela Mazzei / Fotos: Gentileza Random House

2 comentarios:

Cesc dijo...

Black power, Latin power, Women power, ... Pero lo cierto es que seguimos estando en el Dolar power. Y de ahí, querida, no salimos... Decía Nietzsche que Dios ha muerto. Lo que parece, es que ha muerto la ideología. Queda sólo el posibilismo, el centrismo. Centrismo clarito, o centrismo oscurito, como es el caso de Obama... ;)

Lissette Bustamante dijo...

Hola, disculpa que lo lea ahora pero lo tuve que dejar...Se acumularon problemas...
Cuando quieras puedes pasar... También he creado un grupo en FB... Te envío el enlace por si quieres echar un ojo.... Graciassss


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