miércoles, 12 de noviembre de 2008

Coto a los sueldos de escándalo

"Es fácil hacer dinero en Bolsa. Vamos a ello antes que salga una ley que lo prohíba". Joseph Kennedy pronunció esta frase allá por los felices años veinte del siglo pasado, antes del crash de 1929. A pesar del tiempo transcurrido, las palabras del padre del ex presidente de EE UU suenan cercanas. Los directivos de numerosos bancos y aseguradoras han cobrado cifras increíbles en el último lustro, gracias a un sistema de retribución que incentivaba la toma de riesgos para lograr resultados a corto plazo. Las acciones de sus compañías subían, ellos ganaban cada vez más dinero mientras los desequilibrios en el balance se agravaban. Este castillo de naipes se ha venido abajo con el agujero de las hipotecas basura. Los paganos de esta burbuja no han sido sólo los accionistas (como ocurrió en la crisis tecnológica) sino también los contribuyentes. Los Gobiernos han tenido que aprobar costosísimos planes de rescate para evitar una quiebra en cadena de entidades que colapsara el sistema. Los políticos quieren tener ahora mayor control sobre los salarios de los directivos. Justo lo que temía Kennedy.

Alemania ha limitado a 500.000 euros la paga de los directivos afectados

En el Ibex hay 283 contratos blindados. Los accionistas casi nunca lo saben

Richard Fuld, de Lehman Brothers, ingresaba 13.000 euros a la hora


En pocas semanas, el intervencionismo estatal en los sueldos de los bancos rescatados se ha abierto paso en el debate. Alemania ha limitado los sueldos del máximo directivo de las empresas que necesiten dinero público a 500.000 euros anuales. Entre los bancos estatales que han acudido de momento al plan de rescate se encuentran el Hypo Real Estate y el Commerzbank. Sus consejeros delegados ganaron el pasado año 4,2 y 3,2 millones de euros, respectivamente. También pedirán capital bancos regionales como Bayerishe Landesbank, HSH Nordbank y West LB.

El Ejecutivo británico ha prohibido la paga variable para este ejercicio en los bancos que han sido objeto de rescate (Royal Bank of Scotland, HBOS y Lloyds). El pasado ejercicio los principales directivos de estos tres bancos ganaron de forma conjunta 8,5 millones de euros. Además, Gordon Brown ha eliminado los blindajes que obligaban a retribuir a los directivos incluso en caso de quiebra y ha establecido sistemas de remuneración basados en el largo plazo y ajustados por el riesgo que se asume.

En el caso de EE UU, el Tesoro ha decidido suprimir los paracaídas de oro (contratos blindados) de aquellas entidades salvadas con los impuestos de los ciudadanos. Asimismo, la Administración estadounidense ha decidido limitar a 500.000 dólares (390.000 euros) las deducciones fiscales a las que se pueden acoger los directivos de las entidades rescatadas y se desincentiva las estrategias de gestión a corto plazo. AIG es una de las empresas a las que afectarán estas restricciones. Su máximo ejecutivo abandonó la empresa el pasado mes de junio con una indemnización de 22 millones de dólares (17 millones de euros), y meses después la aseguradora tuvo que ser salvada de la quiebra.

En Holanda, donde ING ha recibido una inyección de 10.000 millones, el Gobierno tendrá voz y voto en todo lo referido a las retribuciones de los ejecutivos del banco. UBS, la entidad de Europa con mayores pérdidas por las hipotecas basura, ha decidido, después de recibir más de 45.000 millones de euros del Estado suizo, eliminar elbonus de 2008.

"Me parece lógico que en aquellas entidades que reciben fondos públicos el Gobierno pueda establecer topes a las remuneraciones, aunque muchos directivos que van a recibir las ayudas no deberían seguir en sus cargos", señala Aldo Olcese, miembro de la Real Academia de Ciencias Económicas y Financieras. "Lo que me parece escandaloso es que se le exija a los Gobiernos transparencia a la hora de adjudicar los fondos. En un país democrático a las que hay que exigir transparencia cristalina acerca del uso que dan a las ayudas es a las compañías que las reciben", añade Olcese.

El intervencionismo político en los salarios, no es bien visto, sin embargo, por Blas Calzada, ex presidente de la Comisión Nacional del Mercado de Valores (CNMV). "Algunos sueldos son una auténtica barbaridad. Sin embargo, los límites a las retribuciones deben marcarlos los accionistas. Los propietarios deben exigir cuentas sobre los riesgos que se están tomando y las recompensas de los directivos".

La crisis financiera, además de avivar la polémica sobre si el Gobierno debe inmiscuirse en los salarios, ha traído otra serie de debates en torno a la retribución de los directivos. Las críticas se centran en tres flancos. En primer lugar, se cuestiona si los sueldos de los últimos años se justifican por la creación de valor aportada, teniendo en cuenta el desplome bursátil. En segundo lugar, se denuncia que la forma elegida para fijar las retribuciones, con gran peso del bonus, habría incentivado a tomar más riesgos de los convenientes para lograr metas a corto plazo. La última crítica se plantea por los blindajes que gozan estos gestores, con independencia de la herencia que dejen.

"Algunos sueldos son una auténtica burrada. No responden a ninguna lógica económica ni empresarial. Las críticas están más que justificadas", señala Olcese. Richard Fuld, el presidente que ha llevado a la quiebra a Lehman Brothers, cobraba 13.000 euros a la hora. Además, cada directivo de Wall Street recibió el año pasado 275 veces más dinero que la retribución media de sus trabajadores (este ratio era de sólo 36 veces en 1976), según las cifras de The Institute for Policy Studies and United for a Fair Economy. Los empleados de los mayores cinco bancos de inversión de EE UU percibieron en 2007 39.000 millones en paga variable.

"El mercado es quien fija en función de la ley de oferta y demanda los salarios de los directivos. Eso sí, nunca se pueden pagar cantidades desorbitadas como se ha visto últimamente", indica Eduardo Montes. "Soy partidario del sistema de retribución basado en objetivos, porque es un mecanismo que ha ayudado a mejorar la productividad. Sin embargo, hay que repensar cuáles son los objetivos que hacen a un empleado merecedor de un bonus. Si lo único que se tiene en cuenta para determinar la paga variable son los resultados a corto plazo existirá siempre la tentación de asumir más riesgos de los aconsejables", añade Montes.

El corto plazo en las empresas no es conveniente y equivale a aquellos equipos de fútbol que juegan mirando al marcador o a los políticos que toman decisiones sólo en función de las encuestas, según José Medina. "Determinados sistemas de retribución son un desastre para las compañías, ya que priman un estilo de gestión inadecuado. La economía de mercado se compone de técnicas y sistemas que deben servir para generar riqueza, pero estos mecanismos no deben estar nunca por encima de los valores humanos", agrega este cazatalentos.

En el caso de muchos directivos su cuenta corriente parece que gana siempre. Gana si la empresa va bien porque su bonus se dispara. Y gana si la empresa va mal porque en caso de despido sus contratos incluyen cláusulas de blindaje que les garantizan un retiro de lujo. Ejemplos de estos paracaídas de oro son los de Stan O'Neal y Charles Prince, ex presidentes de Merrill Lynch y Citigroup, respectivamente. Ambos dejaron sus cargos a finales de 2007, cuando el virus de las hipotecas basura ya había empezado a carcomer el balance de las entidades, con finiquitos superiores a los 78 millones de euros.

"Aquel ejecutivo que deje a una empresa en la ruina no debe llevarse ni un euro", sentencia Blas Calzada. Esta idea es compartida por Eduardo Montes: "La empresa, cuando contrata a un directivo, debe valorar qué cláusulas puede aceptar y cuáles no. Si el despido se produce por un cambio de estrategia o por problemas personales, me parece lógico que se cobre una indemnización. Sin embargo, si la salida del ejecutivo se produce porque como consecuencia de sus errores la compañía está en crisis, el blindaje no tiene sentido". José Medina señala que el único blindaje aceptable consiste en garantizar al directivo un periodo de tiempo, entre seis meses y un año, "para que pueda buscarse otro trabajo".

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