lunes, 3 de noviembre de 2008

Estar a la altura

JOSÉ IGNACIO TORREBLANCA 03/11/2008

Más allá de quien gane mañana, 4 de noviembre, habrá que celebrar la grandeza de la democracia estadounidense, capaz de dar a elegir a sus ciudadanos entre dos candidatos que, gustos aparte, se representan a sí mismos y a sus ideas, no a losaparatos de los partidos que los han llevado al poder. En el caso de Obama, su inesperada victoria en las primarias, las decenas de millones de dólares en pequeñas donaciones individuales recibidas por su campaña y los miles de voluntarios que hay detrás de su candidatura, dan una idea muy precisa de hasta qué punto el proceso electoral descansa sobre una sociedad vibrante y abierta.

Una vez más, el dinamismo del sistema político estadounidense contrasta con el anquilosamiento dominante en el Viejo Continente, donde hasta en democracias tan jóvenes como la nuestra los partidos políticos han logrado, en un brevísimo lapso de tiempo, sofocar todo atisbo de debate interno y convertirse en un cuerpo extraño, imposible y a la vez imprescindible. Realmente, a decir de su apolillamiento, pareciera que es en Europa donde la democracia lleva más de doscientos años de funcionamiento ininterrumpido.

Si, además, los estadounidenses eligen a Obama, revitalizarán de manera tan rotunda la idea misma de democracia, desgraciadamente tan desacreditada en tantas partes del mundo (en gran medida por la política exterior seguida por Estados Unidos), que no sólo restaurarán el prestigio perdido y dilapidado por Bush en estos ocho años de desgobierno moral y mental, sino que contribuirán muy decisivamente a impulsar su extensión en el mundo (y ello pese a que esa bonita palabra, democracia, no figure en ningún lugar de la Constitución americana).

Porque aunque sea técnicamente falso que la elección de Obama represente la toma del poder en el país más poderoso del mundo por parte de los descendientes de los esclavos (al fin y al cabo, Obama es hijo de una antropóloga blanca y un becario de Kenia, pero se crió con su madre, primero, y con sus abuelos maternos, después), tanto Obama como los afroamericanos estadounidenses y el resto del mundo han decidido que así sea, y eso es lo que cuenta. No está mal, desde luego, para un país al que normalmente consideramos muy racista, especialmente comparado con España, donde los inmigrantes son sencillamente invisibles en la vida pública. De confirmarse el fenómeno Obama, las repercusiones en política exterior serán importantísimas.

Aunque los agoreros nos dicen que no nos hagamos ilusiones, para lo cual argumentan que los europeos no entendemos Estados Unidos, un país supuestamente esclavo del 11 de septiembre, naturalmente aislacionista y sometido al libre mercado, Dios y las armas de fuego, hay motivo para tener esperanza. Yes, we can. Que a un tejano sin pasaporte le suceda en la Casa Blanca un mulato que ha asistido al colegio público en Indonesia y que ha callejeado por los arrabales de Nairobi para visitar a sus parientes lejanos no está nada mal. Como el propio Obama recuerda en su libro, The audacity of hope (La audacia de la esperanza), no es lo mismo ver a pie de obra, en los callejones de Yakarta, las consecuencias de una política exterior que apoya a generales corruptos y violadores de los derechos humanos, que hacerlo en los despachos de Washington o en los cócteles de las embajadas.

Es cierto que los europeos, conscientes de nuestra impotencia, tendemos a proyectar nuestros deseos y frustraciones sobre Estados Unidos, de tal manera que nuestra política exterior tiende a ser más un comentario de aprobación o condena de la política exterior de Washington que algo con personalidad propia real. Por eso, para variar, el día después de estas elecciones podría ser un buen momento para que los europeos, sabiendo quién ha triunfado, hagamos una lista de cosas que queremos y estamos dispuestos a hacer (de verdad, no sólo sobre el papel) y vayamos a Washington a cotejarla con la del candidato ganador. Por tanto, si gana Obama, yo me preocuparía más bien de si Europa estará a la altura de las circunstancias, que de si el nuevo presidente será quien queremos que sea. ¿Y si gana McCain? Mayor motivo de preocupación acerca de la capacidad de Europa de ser relevante en un momento en el que el mundo se está reconfigurando.

jitorreblanca@ecfr.eu

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